martes, 20 de julio de 2010

TESTAMENTO

Yo, Daniel Calero Medina, mayor de edad y con un DNI que no viene al caso, me pongo frente a la pantalla con el ánimo de redactar mi testamento, sin estar en pleno uso de mis facultades mentales, como de costumbre. A ti (tú ya sabes que es a ti, no hace falta que diga tu nombre), en caso de fallecer, te dejo mis ojos, para que cuando despiertes y te mires al espejo, puedas ver a la mujer más guapa que he visto en mi vida. Sólo teniendo mis ojos sabrás lo bella que eres y si se te humedecen al ver tu imagen, es que siguen manteniendo su esencia aunque no sea yo quien los lleva puestos. Con ellos también podrás ver cuán bellos son los días si en medio de la perspectiva se cruzan tus manos. También a ti, te dejo mi sentido del olfato. Sólo teniéndolo, llegarás a saber el verdadero olor que tiene un abrazo, como lo sé yo desde la primera vez en que nuestros cuerpos quedaron entrelazados y pude respirar cerca de ti. En aquel momento supe cómo olían la primavera y la libertad, aun estando prisionero de tus brazos, esos brazos que cuanto más me apretaban, más me acercaban a la vida. Para ti también, mis oídos. Para que el color de tu voz te llegue como la verdadera melodía que es. Para que la musicalidad de tu cadencia al hablar te transmita la paz que me transmite a mí saber que eres tú quien me habla mirándome a los ojos, o al otro lado del teléfono. Te dejo también mi boca. No te preocupes si notas algún dolor cuando la lleves puesta. Es que te nombro hasta en sueños, porque creo que eres un regalo, una bendición que me llegó desde algún lejano en compensación por algo muy bueno que hice en otra vida y que desconozco. Te podría donar mi cerebro, pero prefiero no hacerlo por la sencilla razón de que perdí el juicio cuando te vi sonreír por primera vez y creo que nunca lo volví a recuperar, salvo las veces en que me dio por reparar en la suerte que tenía. Para terminar, sólo quiero decirte que para ti serán mis ganas de vivir, aquellas que a mí, desde donde esté no se me terminaron al tiempo que prometo cuidarte por siempre, dejándote absolutamente libre para seguir descubriendo el mundo que te falta por descubrir. Mi corazón.... te lo podría dar si lo tuviera, pero no lo tengo. Te lo entregué cuando nuestros labios se tropezaron dándome un recuerdo que nunca jamás olvidaré.

lunes, 19 de julio de 2010

LOS SUEÑOS

Cuando era pequeño, al igual que todos los compañeros de mi clase, soñaba con ser futbolista. Pero no un futbolista cualquiera. Soñaba que era el mejor futbolista de la historia. Ese que metía goles espectaculares que abrían los noticieros, que jugaba en el mejor equipo del mundo y ese ante quien se rendían Pelé y Maradona. Posteriormente, en el instituto, con el despertar de mis instintos, comencé a cambiar los balones por las curvas de la chica más guapa de mi clase, con quien sólo podía intercambiar alguna que otra palabra, algunos apuntes y casi siempre, los deberes que nunca hacía a sabiendas de que yo se los iba a dejar por si el profesor le preguntaba en medio de la clase. En aquella época, carecíamos de messenger y de teléfonos móviles, por lo que era en mis sueños donde más hablábamos. Así pasé tres años, hasta que cumplí los dieciséis y me regalaron una guitarra. Ahí mis sueños cambiaron. Quizás la fama nocturna de mis sueños me cambió y dejé de soñar con aquella chica para empezar a soñar con la música. Soñaba que llenaba en conciertos los mismos estadios en los que años antes marcaba goles espectaculares y que miles de personas cantaban mis canciones. Ese sueño me duró sólo un año, porque cuando cumplí los diecisiete, me metieron tanto miedo con la selectividad que me pasé un año entero soñando que suspendía aquel carrusel de exámenes y perdía un año lectivo con la consiguiente reprimenda de mi madre. En la época universitaria, concretamente en los primeros dos años, rara vez soñé con algún examen o algún trabajo. Fue época de soñar con chicas (otra vez) y con fiestas universitarias que empezaban los miércoles o los jueves y terminaban los lunes con una cerveza en la cafetería de la facultad. Soñaba una y otra vez con lo mismo. Cuando empecé a trabajar y a madurar (de no hace mucho a esta parte), fue cuando comenzaron mis pesadillas. Empecé a soñar con discusiones en despachos, con declaraciones de hacienda que me salían a pagar y con jornadas laborales interminables. Pero de repente apareció ella y mis sueños cambiaron. Ahora sueño casi todas las noches con ella. Unas veces sueño que cae rendida a mis pies, otras veces sueño que me rechaza e, incluso una noche, soñé que hacíamos el amor en el coche mientras se acercaba una ola gigante en medio de un campo de fútbol. Al día siguiente, nada más levantarme, tuve la intención de mirar en internet para descubrir qué significaba aquel sueño. Pero opté por no hacerlo por temor a que en el blog de alguna persona tan inteligente que sabe lo que significa cada sueño, descubriese que todo aquel batiburrillo significara que estoy enamorado de mi madre o algo por el estilo. Algunos dicen que los sueños no sirven para nada. Otros pensamos que sirven para mucho. Y somos muchos los que preferimos soñar despiertos en algún momento del día y elegir lo que queremos soñar, a esperar que llegue la noche y tener que tragarnos el sueño proveniente de nuestros desatados subconscientes.

LA BANDURRIA DE VICENTE

Lo escuché por primera vez en una verbena. Pero no en el escenario, sino pegado a un ventorrillo, mientras se tomaba un refresco con mi padre, que me llamó para que oyese a aquel artista. En cuanto lo oí entonar las primeras notas del éxito que hizo a Pedrito Fernández mundialmente conocido, no supe cómo reaccionar. Al principio me dieron ganas de reírme, porque aquella situación no era normal para un niño de once años. Días más tarde lo volví a ver en otra verbena, donde me cantó otra canción que me hizo rememorar los años en los que pensar en a qué teníamos que jugar era mi principal preocupación. Aquella vez me hizo sonreír, pero tiernamente, porque medio envuelta en aquella locura, afloraban su inocencia y su humildad. Era Vicente, un señor humilde a quien la suerte en la vida no le acompañó desde sus orígenes, pero tampoco le arrebató las ganas de vivir recogiendo y sembrando sonrisas a cada paso que daba. Aún hoy lo sigo viendo deambular por las calles de Tinocas y de Arucas, desayunando en alguna cafetería, sentado en una mesa o en la barra, sin hacer ruido como esos grandes genios de la sonrisa anónima, que han hecho felices a muchas personas en sus devenires por el mundo. Si lo ven por ahí, antes de juzgarlo, párense a conocerlo. Les garantizo que después de pasar mucho tiempo, les seguirá dibujando una sonrisa tierna. Han pasado más de quince años desde aquella primera experiencia musical y yo lo sigo recordando así.

domingo, 20 de junio de 2010

EL FEISBU ESE...

Qué adelantado está el mundo. Da gusto ver cómo hemos avanzado conforme han pasado los años. Hoy en día, quien no se comunica es porque no quiere, igual que quien no tiene amigos. Es porque no quiere. Porque con tanta red social, con tantas posibilidades de encontrar a gente que en algún momento de su vida ha formado parte de la tuya, está solo quien quiere. Esto de las redes sociales ha supuesto todo un boom en lo que a las comunicaciones se refiere. Es algo asombroso. En especial, lo del tal Facebook ese. Qué invento tan novedoso. Gracias a él, he retomado el contacto con amigos a los que no veía desde el colegio, he podido hablar con gente con quien perdí el contacto tras unas maravillosas vacaciones y, por qué no decirlo, he podido ver cómo son algunas de las chicas con las que he pasado alguna que otra noche hablando en algún local de ocio a esas horas en las que los gatos rebuscan entre la basura mientras la ciudad duerme. Pero ahora mismo no quiero hablar de las posibilidades del "Fisbu" (así lo llama mi padre) en cuanto a comunicación. Quiero destacar la capacidad de esta red social para sacar a la luz a los desocupados, a aquellos con demasiado tiempo libre y con unos entretenimientos, cuanto menos, extraños. Porque si algo no me podrán negar, es que es algo extraño ver a gente en Canarias que invierte su tiempo libre en construirse una granja cibernética y cuyos pensamientos, muy a menudo, son del tipo "necesito una herradura, ¿quién me la presta?", "A ver si alguien me dice cómo puedo alimentar a mis animales" o "He perdido un tornillo". Cuando veo pensamientos como éste último, es inevitable darle la razón. Rara vez me resisto a dejarle el comentario "es evidente que lo has perdido", porque no entiendo esa manera de utilizar internet. Si internet es un avance y ha sido definido como el invento más importante de nuestra época, me encantaría saber qué tiene de avance hacerse una granja, o enviar una caipirinha o un mojito por la red. Como decía Orlando Urdaneta, "no me veo yo chupando la pantalla del ordenador". Eso sí, cuando hable con algún granjero canario y consiga profundizar en la materia, seguiré dando datos. Hasta otra, voy a ver si encuentro pienso para mis vacas cibernéticas, que se me están muriendo de hambre y necesitan megas para seguir creciendo.

viernes, 21 de mayo de 2010

JUGANDO

Crecer es un proceso constante, un eterno aprendizaje en el que nos vemos inmersos día tras día y en el que, rara vez, nos detenemos a tomar conciencia de ello. Es algo con lo que soñábamos cuando éramos pequeños para poder hacer todo aquello que nos era prohibido por motivos que no alcanzábamos a comprender, respondiendo así a la eterna disconformidad del ser humano. Hoy, atendiendo a esa eterna disconformidad, a la necesidad de buscar soluciones a todo lo que me sucede y al hecho de haberme dado cuenta de que crecer no es más que complicarse la vida tomando decisiones y adquiriendo responsabilidades, he decidido jugar a ser niño. Porque quiero poder pedir perdón y, acto seguido, rematar la frase con la pregunta "¿somos amigos otra vez?" Porque también quiero responder a esa pregunta con un "sí" que me resetee la mente y el alma, obligándome prácticamente a olvidar ipso facto. Porque me encantaría que mi mayor problema fuese un examen antes del recreo, no teniendo así la posibilidad de estudiar en ese espacio de tiempo. Porque desearía que mi mayor castigo fuese tener que repetir cien veces la misma frase cuando actuase de manera equivocada. Porque necesito mantener intacta la ilusión ante todo lo nuevo que llega a mi vida como si el pasado nunca jamás hubiese existido y sólo fuese uno de tantos cuentos que inventé cada tarde. Porque si una novia me dejaba, todo se arreglaba al día siguiente cuando me acercaba a otra chica en el patio y le decía "¿quieres ser mi novia?" Porque en aquellos días, no había mejor medicina que los besos y los abrazos de mi madre y de mi abuela, que eran capaces de curar un daño en el alma, un suspenso injusto porque el profesor me tenía manía o una herida producto de un resbalón en el patio mientras jugábamos el partido de fútbol en lo que un día fue gimnasia y ahora es educación física. Y, básicamente, porque si hubiese jugado a este juego desde hace tiempo, me habría ahorrado más de un desengaño, más de mil lágrimas, alguna que otra noche en vela y ver el reflejo de mi cara desdibujada en el espejo mientras los pensamientos iban entrechocándose y desacreditándose unos a otros en mi mente. ¿Quieres jugar tú también? Te lo recomiendo. El juego empieza... ¡Ya!

martes, 18 de mayo de 2010

BUEN VIAJE

Por fin acabó todo. Se terminó toda la parafernalia. Adiós a todos los actos que nos han recordado que te marchaste, que iniciaste un viaje en el que no hemos podido acompañarte porque era muy caro el precio del billete. Mientras te preparas en algún lugar para hacer reír a las estrellas, déjame decirte que aquí todo fue como siempre soñaste. Estaba todo lleno de flores, no faltaron las risas ni las lágrimas y, sobre todo, no faltó gente. Fueron todos los que creíste que irían e incluso alguno que nunca jamás habrías imaginado que estaría. Hace un tiempo, leí que una vez que el alma se separa del cuerpo, tarda cuarenta días en iniciar el viaje hacia otro lugar. Si es así, en tu tarjeta de embarque verás que te quedan treinta y tres días para subirte a ese avión con destino a quién sabe dónde. Por eso, permíteme alguna que otra sugerencia como si fuese un agente de viajes. No olvides meter en la maleta todo el cariño que te teníamos, porque aquí nos quedará, con total seguridad, un remanente para pasar el resto de los días. Mete también esos dos océanos que nos regalaron el mundo en cada mirada. Haz un hueco para tus ganas de hacer felices al resto, como hiciste en todos y cada uno de los días que viviste entre nosotros. Colócalo todo bien para que te quepan los sueños que compartiste con nosotros y que, poco a poco, se fueron cumpliendo. Creo que así, con todo eso en la maleta, podrás tener un viaje muy cómodo en el que no te faltará nada, salvo mis recuerdos. Perdóname por no dártelos aun sabiendo que no volverás a abrazarme o a alegrarme muchas tardes a golpe de teléfono. Perdóname el egoísmo. Pero si te los diese, me quedaría sin nada. No quiero olvidarte nunca, porque si lo hiciera sería como si te dejara morir para siempre o como si dejara de quererte y eso no va a suceder jamás. Yo sólo quiero, ya que no puedo tenerte, recordarte y tenerte por siempre conmigo. Buen viaje.

miércoles, 5 de mayo de 2010

LA HABITACION

En la vida, tarde o temprano, uno vive alguna experiencia que le hace cambiar su actitud hacia la vida en sí. Uno sufre, en carne propia o a través de otros, un hecho que le hace valorar cada día que vive y plantearse el futuro con ganas de ser alguien haciendo algo en vez de sentarse en el banco de la inutilidad. Uno se cruza con alguien que, involuntariamente, le cambia el pensamiento y le añade un poquito de luz a los días para encontrar el sendero correcto. Es mi caso. Así me sucedió un lunes de no hace mucho, cuando tuve que compartir la habitación de un "hotel" con otro inquilino. En aquella improvisada habitación, conocí a un joven de veinticuatro años que me hizo cambiar mi concepto sobre lo vivido y lo que me quedaba por vivir, mostrándome lo imbécil que fui en muchos momentos de mi vida en los que me preocupé por tonterías que, a la larga, no fueron tan importantes. En aquella improvisada habitación, por la que pasó un gran número de personas, su risa me contagió y pronto entablamos conversación. Fue una conversación interrumpida en infinidad de ocasiones por gente que venía a visitarnos, a preguntar si todo marchaba bien, o por las voces de otros inquilinos de aquel "hotel" en el que la desgracia adquiría otra dimensión en determinadas ocasiones. Hasta aquel instante en que decidí interesarme un poco más por aquel joven que respondía al nombre de José Alejandro, creía que lo más grave me había pasado a mí, que el dolor más intenso era el que yo había sufrido y que los problemas más graves los llevaba a cuestas en la mochila de mis veintisiete años. En cuanto le pregunté por su situación, mi vida cambió completamente. Me dí cuenta de cuán egoísta puede llegar a ser el ser humano y de cómo puede morir de egoísmo a no ser que algo, en forma de hecho o persona, interrumpa ese proceso ególatra. Aquel joven, al que conocí después de oírle reír con más fuerza que a nadie dentro de aquel "hotel", sufría a sus veinticuatro años, una esclerosis múltiple detectada poco después de haberse operado de una hernia discal. Una esclerosis múltiple que no era motivo para que él interrumpiese sus planes de futuro. Quería seguir estudiando, conocer a una chica, casarse y tener hijos para darle una satisfacción a su madre y a su tía, quien no se había despegado de su lado en ningún momento. Estaba convencido de que le iba a ganar la partida a la enfermedad. Me lo dijo entre carcajadas. Y yo, sin dudarlo un solo instante, le creí mientras me dí cuenta de lo tonto que había sido en muchos momentos en los que creí que el mundo se había vuelto en mi contra por cosas insignificantes que no salieron como yo esperaba y que, inexplicablemente, me llegaron a borrar la sonrisa. Desde aquel día, veo la vida y la valoro de otra forma. Y fue gracias a José Alejandro, un joven al que, seguramente, la vida le recompensará por esa positividad y por el bien que me hizo al mostrarme la luz para tomar el camino correcto. Un joven al que, estar en una sala de urgencias del hospital, le dio otro motivo más para reírse del destino y decirle en la cara: no te tengo miedo, te voy a terminar derrotando. GRACIAS JOSÉ ALEJANDRO

martes, 13 de abril de 2010

MI CANCIÓN FAVORITA

Hace poco, en una entrevista, me preguntaron cuál era mi canción favorita. Y tras responder a la pregunta, la buscaron en la versión que dije que adoraba. Como era de esperar, no la encontraron, porque puede que yo pertenezca a ese grupo de locos que dan mayor valor a un tesoro cuanto más difícil es acceder a él y, quizá por eso, le de semejante categoría. Mi canción favorita es un fado que fue escrito por Amalia Rodrigues y Carlos Gonçalves. De dicha canción se han hecho algunas versiones realmente buenas a lo largo de la historia, como la de Dulce Pontes. Pero la versión que me cautivó por completo la hizo mi amiga Davinia Rodríguez junto al Maestro y también amigo que en paz descanse, José Antonio Ramos, entre otros. Como muchos no la conocen, pensé en hacer un regalo de un gran valor sentimental a esa gran mayoría. Pero no quería hacerlo del modo convencional, es decir, dando el título simplemente para que luego fuesen a descargarla por la red. Por eso, aventurándome, decidí probar a hacer un vídeo y, de esta forma, pagarle a Davinia la compañía que me hizo en muchos momentos de mi vida, aunque ella no lo supiera debido a esa distancia que nos separa físicamente, pero no en espíritu. Así pues, ahí va. Muchas gracias Davinia. Gracias por acariciarme los oídos cada vez que lo necesité y por hacerme tanta compañía y consolarme cuando la vida me golpeó. Gracias por arrancarme una sonrisa cada vez que la oí sabiendo que la vida te da desde hace un tiempo lo que mereces personal y profesionalmente. Gracias a ti he podido descubrir que una lágrima puede llegar a ser dulce, siempre y cuando sea la lágrima que con tanto talento salió de ti.
Gracias

lunes, 12 de abril de 2010

QUIÉN SABE...

¿Quién sabe? A lo mejor un día te da por levantarte y ordenar tu vida, dándole a cada uno el lugar que merece de acuerdo con lo que representan en el presente y no por lo que un día fueron o creíste que podrían llegar a ser hace mucho tiempo. Concretamente, cuando decidiste hipotecar tu vida con un alto índice de interés. ¿Quién sabe? Puede que ese día, cuando llegue el momento de valorarme, me lances al olvido definitivamente con un golpe de indiferencia que estoy seguro te dolería tanto a ti como a mí, o puede que me incluyas en tu lista, a la que un día decidí opositar preparándome el temario en tiempo récord. ¿Quién sabe? Puede que cuando llegue ese momento esté tan cansado de ver que lo que estudié fue en vano, que decida darte la espalda como tú hiciste en su momento, sin piedad alguna y confundiendo tu voz con las gotas de la lluvia cuando golpean impíamente el suelo. Porque, ¿quién sabe? A lo mejor, cuando a ti te entren ganas de ordenar tu mente y tu alma, a mí también me entren ganas o ya lo haya hecho y te haya condenado al cajón de la experiencia, al Tártaro de mi memoria, donde reposa todo aquello que me apuñaló hasta el fondo mi corazón, estimulando mi crecimiento. Y es que, aunque no lo queramos ver, lo que tenemos no es más que la consecuencia, en muchas ocasiones, de lo que hicimos o dejamos de hacer. No somos más que la suma de nuestros actos, aquellos que nos han hecho pensar de una forma u otra y caminar en una dirección que nos ha llevado al sendero en que nos encontramos ahora.

LUGARES

Hay lugares que, al igual que las grandes películas o las grandes canciones, conservan intactas su magia y su esencia aunque pasen veinte, treinta y hasta cuarenta años. Es eso que los entendidos llaman “clásicos”. Y lo son porque, a su alrededor o en su interior, confluye una gran cantidad de recuerdos, de historias improvisadas, etc.
Están en cualquier lugar, en cualquier habitación o en cualquier baldosa pero, principalmente, en nuestra memoria archivados en forma de recuerdo. Y están tan cargados positivamente que, aunque en torno a él hayamos vivido malas experiencias, con el paso del tiempo consiguen arrancarnos una sonrisa cuando volvemos a ellos.
Así es el salón de la casa de mi abuela. Ahí paseaba junto a mi abuelo en sus últimos días y le leía el periódico ajeno al conteo regresivo en que se había convertido su vida en el último año. Cuando vuelvo a entrar en él, siguen sonando invisibles las risas de toda mi familia y el tintineo de las copas chocando entre sí envueltas en buenos deseos para el nuevo año que comenzaba. En él sigo viendo a mis tíos arreglando el mundo vestidos de rigurosa etiqueta negra mientras sus mujeres refunfuñaban en la habitación porque el sueño comenzaba a apoderarse de sus ojos. Cuando atravieso el arco de medio punto, miro hacia el suelo y sigo viendo en él las chapas al tiempo en que recuerdo cómo me tiraba sobre la alfombra que durante años estuvo puesta en aquella estancia para inventar jugadas históricas que nunca salieron por la tele abriendo noticieros.
Así es el armario de las golosinas que durante años estuvo en casa de mi tía abuela en un séptimo piso y que se convirtió en el dulce paraíso para mis primos y para mí en cada reunión familiar. Allí había de todo. Galletas, chocolatinas Tirma, caramelos de mil sabores y hasta una tableta de chocolate para diabéticos a la que sólo recurríamos cuando ya habíamos dado buena cuenta de todo lo anterior. Cuando lo abrí por última vez hace unas semanas, no sólo salieron las golosinas anteriormente mencionadas. También salió de él el olor a viernes por la tarde, cuando llegaba del colegio y subía a toda prisa las escaleras (había ascensor, pero casi todos los viernes se averiaba) para dar buena cuenta del bocadillo, del zumo de melocotón y de la chocolatina antes de bajar las escaleras de tres en tres para que me eligieran en uno de los dos equipos que iban a disputar el partido que duraba hasta que las farolas se encendían y las madres comenzaban a llamar a sus hijos desde las ventanas.
Lugares, recuerdos, mil historias revoloteando a su alrededor, una sonrisa por cada recuerdo alegre y otra por cada recuerdo triste ya cicatrizado en nuestro interior. Lugares que siempre estarán vivos mientras los recordemos.

domingo, 21 de marzo de 2010

A OSCURAS

Es, probablemente, la peor de las sensaciones. El hecho de no saber a qué nos enfrentamos y cuál es la oposición a la que debemos vencer, nos hace temblar y ser pasto del miedo que nos va invadiendo poco a poco. Esa es la oscuridad. La que da cobijo a todos aquellos fantasmas que nos han aterrado durante años y que aparecen siempre que la luz se apaga. Es el momento de las incertidumbres, de la soledad, de la vejez no compartida o, por ejemplo, del amor no correspondido. Es la agonía de no saber qué dirección tomar, hacia dónde avanzar sin que el miedo a equivocarnos nos lleve a un abismo del que no podamos salir jamás. Y ahí me tienes tú, divagando y deshojando margaritas en silencio. Con la mente puesta en un “sí” que desconozco si me hará bien o mal. Porque si me dices que sí, mi primera pregunta será “¿Por qué no me ahorraste ni un solo momento de angustia en todo este tiempo? Habría sido todo más fácil…” Por favor, enciende la luz de una vez para saber la dirección que debo tomar.

sábado, 27 de febrero de 2010

UN PAÍS DE PANDERETA

En eso se ha convertido, por desgracia, nuestro país. A día de hoy, no sé qué podemos exportar culturalmente allén de los mares, cuando hemos convertido en estrellas mediáticas a personas cuyos méritos para ello han sido ser madre de la hija de un torero o haber hecho el cafre por internet con videos que sólo enseñan violencia y una preocupante carencia de valores. Es algo que muchos hemos pensado en algún momento, pero que jamás creímos que podría llegar a tocar el último extremo de la desfachatez. Y es que lo sucedido en la gala de Eurovisión recientemente, donde un personaje nos ha retratado para Europa con una actuación de la que no pienso dar publicidad con links o fotos, ha servido para derramar por fin el vaso y preguntarnos hacia dónde vamos. Hace años, para salir en televisión, había que ser famoso por algo profesional. Había que ser cantante, gran comunicador, humorista, pintor, etc. Con un currículum que lo acreditara. Hoy en día, uno se hace famoso gracias a la televisión y, para acceder a ella, uno debe contar cuál es el currículum que tiene en su entrepierna, ya sea hombre o mujer. Me da pena ver cómo este país degenera en una república bananera en la que la educación, cada vez más, brilla por su ausencia. Sólo espero que estos días tan grises para todos aquellos que tenemos dos dedos de frente, lleguen a su final porque si no es así, rezaré para que los augurios de Roland Emmerich en su última producción se cumplan cuanto antes.

jueves, 18 de febrero de 2010

ERES...

Eres algo superior a mis fuerzas. No me preguntes por qué, porque no puedo controlarlo. Eres un completo desastre. Me desesperas cuando pasas a mi lado y me tapas con la manta de la indifierencia, imaginando que no existo y concentrada en no girarte cuando nuestros hombros se rozan. No puedes imaginar lo que me molesta que no contestes a mis llamadas cuando mi intención simplemente es preguntarte cómo te va, qué tal llevas el día o si estás estresada en ese trabajo que tantas alegrías te da, pero que tanto sacrificio te supone. < Me desespera verte perseguida siempre por ese miedo que hace que conviertas en furtiva una simple conversación que no va más allá del simple intento de saber qué te inquieta o qué te roba la sonrisa en determinados momentos. No puedo convivir con ese sentimiento de culpabilidad que te azota a cada rato en que te detienes a saludarme, aunque sea por equivocación. < Nunca se te pasará por la cabeza, tampoco, lo que me desespera que no me devuelvas las llamadas cuando ves mi nombre en la pantalla de tu móvil al lado de un teléfono naranja, o después del mensajito de "tiene una llamada perdida". Siempre serás incapaz de ponerte en mi lugar porque estás tan pendiente de cerrar herméticamente tu espacio vital para que nadie te descubra cómo eres en realidad, que terminas rendida y sin ganas de mudar de mente. < Me estás matando poco a poco y, en el fondo, lo sabes. Con tus desastres, tus egoísmos involuntarios, tu mundo cerrado a cal y canto y tantas cosas que matas antes de que nazcan estás consiguiendo que cada día amanezca con una nube inmensa sobre mis hombros. < Con esta cesta llena de virtudes... ¿Cómo no iba a enamorarme de ti?

miércoles, 17 de febrero de 2010

ME ESTOY HACIENDO VIEJO

Desde que era pequeño, siempre me había dado risa de manera especial, oír a mi abuela Sarona hablar de sus antepasados y de todo aquello que comenzaba con la expresión “en mis tiempos…”. Quizás era porque cuando lo decía, yo imaginaba a mi abuela en la Francia de Luis XV al tiempo que me preguntaba a mí mismo qué edad tendría mi abuela. De hecho, por más que he investigado en su casa, nunca he visto una foto de mi abuela de niña. Después, con ese nombre, yo nunca me la pude imaginar en su infancia haciendo alguna de las maldades típicas de los niños. Es como si, con ese nombre, siempre hubiese sido abuela, desde que vino a este mundo en una casita de la calle Juan Rejón. Posteriormente, llegó mi madre con la palabra “pandilla”. Recuerdo andar con ella por la calle cuando contaba con seis o siete años y verla saludar a gente que, cuando yo preguntaba quiénes eran, les daba la categoría de “amigos de la pandilla de cuando yo era joven”. De repente, y tal y como hace el metabolismo, un día cambió y se hizo mayor de golpe, sin avisar, y, ante cada burla física que hacía de ella, siempre me contestaba y finalizaba con la manida frase de “… ¡que yo mi tiempo tuve!” Siempre creí que eso de hacerse mayor y rememorar otras épocas era de viejos y que nunca me tocaría a mí. No sólo porque me desenvuelvo bastante bien rodeado de aparatos que simbolizan la nueva era, la de la información, sino porque después de mi generación, no había otra. Me peino a la moda, visto ropa a la moda, tengo una pantalla de plasma en mi habitación, juego a la PlayStation 3, etc. Lo que ocurre es que de un tiempo a esta parte, me he dado cuenta de que ya las cosas no son lo que eran. Ahora no sólo hay una generación después de la mía, sino que cada vez que me junto con mis primos, nos da por recordar aquella época en la que la pelota era lo único que necesitábamos para ser felices. El otro día, mientras volvíamos de aquel viaje en el tiempo, recibí una llamada de teléfono de mi padre. Me había llamado para contarme un chiste y, por muy atípico que resulte, me hizo gracia. Cerramos aquella conversación quedando para comer en un restaurante al que vamos cada fin de semana, lo cual me preocupó porque de repente vi que aquella diferencia generacional se había reducido sustancialmente en un cortísimo espacio de tiempo. Otra cosa que me preocupó es que, una noche, viendo una película, encontré a Diane Keaton atractiva. No sólo hace tiempo que mi canon de belleza ha cambiado con respecto a las mujeres, sino que además he introducido una palabra más en mi vocabulario para definir a las mujeres. Esta palabra es INTERESANTE. Y ya el remate para saber que me estoy haciendo viejo es que, por lo visto, las palabras con las que nos definieron nuestros padres en algún momento de nuestras vidas, ya no se usan. El otro día vi un programa que ha mandado al cajón del pasado todos esos adjetivos con que nuestros padres intentaron estimularnos. Ya no existen los gandules, ni los desocupados, ni los vagos, ni los arretrancos, ni los sanacas, ni los huevones, etc. Me hice viejo al darme cuenta de que todas esas palabras con las que me definieron durante años se sustituyeron por una expresión tan absurda como NINI. Esperemos, por lo menos, envejecer dignamente.

lunes, 8 de febrero de 2010

SIGO AQUÍ

Sigo aquí, donde me dejaste, con la compañía de un televisor que me lanza pantallazos y al que no hago caso prácticamente nunca. Con el sonido de una radio a la que ni oigo por miedo a que aparezca alguna de esas canciones que nos unieron estando separados. Con las esperanzas intactas y los besos en la cartera para invitarte si te da por volver algún día. Sigo aquí. Levantándome cada día pensando si será el día en que te des cuenta de que nadie te extraña como yo, que te tengo conmigo a cada paso y te di el placer de ser la primera referencia ante cada acontecimiento de mi vida. No pasa noche en que no me pregunte qué pasa por tu cabeza antes de acostarte. En mis sueños te veo preguntándole a tu almohada si ya te olvidé, si pasean otras curvas por mi mente, si hay otra inquilina en mi alma. Sé que ella, en alguna noche, te ha dicho que lo intenté más de una vez pero que me fue imposible hacerlo. Que por más empeño que le he puesto, sigues viniendo a mi lado cada noche a apuñalarme dulcemente el pensamiento y el corazón. Sigo aquí, donde me dejaste una noche con una llamada que hizo de mis ojos una estación lluviosa. Sigo aquí, mirando el teléfono a cada rato, prometiéndome una y otra vez que no viviré pendiente de él aunque cuando vibra, en décimas de segundo, vienes a mi mente y desapareces al no ver tu nombre en la pantalla. Sigo ahí, en el cajón de tus recuerdos, pegado al fondo y oculto bajo un papel. Ahí seguiré hasta que decidas tirarme en un día de esos en los que montas un gabinete de crisis y te da por limpiar a fondo tu alma. Lo único que me consuela es que antes de tirarme a la basura definitivamente, sé que me agarrarás y sonreirás al recordar las noches junto a mí en la distancia.

viernes, 8 de enero de 2010

TENGO GANAS

… De correr hasta caer sobre alguna llanura extenuado y, una vez esté tendido en el césped, mirar al cielo, sonreír e imaginar que todo lo malo no existe. Que sólo son pensamientos provocados por el miedo pero que siempre estarán lejos de convertirse en realidad.

… De ser capaz un día de reírme por la calle a carcajadas sin un motivo aparente y que la gente no consiga hacerme parar con esas miradas que tienen lugar cuando alguien simplemente disfruta siendo feliz.

… De andar por la arena mojada y, de repente, lanzarme al mar con ropa y sumergirme sin que la ropa me importe más que ese chispazo de felicidad momentánea que nos recorre el cuerpo cuando el agua salada nos cubre por completo.

… De meterme en una fuente aunque esté prohibido y bañarme hasta que la policía se canse de esperarme fuera para, si es necesario, llevarme esposado a la comisaría. Después, una vez allí, poder escaparme de la sanción argumentando felicidad provocada por no se sabe el qué.

… De correr a casa de quien me desvela, tocar a su puerta, plantarle un beso y, en caso de que por inesperado, no me lo corresponda, salir corriendo con esa sonrisa que todo niño travieso dibuja en su cara cuando hace alguna maldad inocente y sana.

… De poder perdonar a todos aquellos que en su día me clavaron el puñal mientras me abrazaban y de conseguir el perdón de todos aquellos a los que, sin querer o queriendo, lastimé creyendo que no estaba mal o que me sentiría mejor.

… en definitiva, de ser feliz. Y sé que este año, lo voy a conseguir aunque las orejas del lobo intenten amedrentarme. El destino me dará las cartas y jugaré mi mejor partida para que, cuando acabe el año, el balance sea positivo. ¿Te apuntas?

viernes, 1 de enero de 2010

LA ÚLTIMA CARTA

Esta historia, tan llena de mentiras, está complicándome la vida hasta un punto que no puedes ni imaginar. Es una cuesta arriba que, cada vez que la miro, hace que me duela el cuello y me cueste dormir cada noche. ¿Tu culpa? No lo sé. ¿La mía? Seguro que sí. No sólo te permití la entrada, sino que te la acomodé con una alfombra hasta el dintel de la puerta para que no te fuese incómoda la llegada después de tanto vaivén y ahora no sé si me arrepiento de haberlo hecho. Es increíble que después de todo este tiempo, sea yo quien se pregunte qué fue lo que falló entre nosotros para que tú emprendas esa huida cobarde de quien se niega a sentir por miedo a darse cuenta de que está vivo. Respiras, eso está más que claro y comprobado pero ¿estás viva? ¿Sientes ese cosquilleo que me recorre el cuerpo a mí cuando suena el teléfono y aparece tu nombre en la pantalla? Si es así… ¿por qué reniegas de él? ¿A qué le temes? Sólo tú lo sabes y sólo tú puedes ponerle remedio. En tus manos está sentir y no hacerte preguntas o cerrar los ojos para fingir un corazón ciego y pasar más de una noche en vela pensando en lo que hubiese sido y no fue por ti. Por mi parte, todo bien. Aquí sigo, dándome cuenta de que mis propósitos son inútiles cuando están relacionados contigo. El ridículo es tan grande que, después de mucho tiempo intentando arrancarte de mi mente he llegado a la conclusión de que es imposible. Y lo es, no porque no pueda hacerlo si me lo propongo. Lo es, sencillamente, porque cuando te abrí la puerta para que pasaras, no abrí las puertas de mi mente. Abrí las puertas de mi alma. Ahora, noche tras noche, me sigo debatiendo en este mar de dudas y sigo investigando para encontrar la forma de arrancarte de mí y conseguir que no me duelas tanto. Aunque, si te soy sincero, no sé si quiero olvidarte.