sábado, 27 de febrero de 2010

UN PAÍS DE PANDERETA

En eso se ha convertido, por desgracia, nuestro país. A día de hoy, no sé qué podemos exportar culturalmente allén de los mares, cuando hemos convertido en estrellas mediáticas a personas cuyos méritos para ello han sido ser madre de la hija de un torero o haber hecho el cafre por internet con videos que sólo enseñan violencia y una preocupante carencia de valores. Es algo que muchos hemos pensado en algún momento, pero que jamás creímos que podría llegar a tocar el último extremo de la desfachatez. Y es que lo sucedido en la gala de Eurovisión recientemente, donde un personaje nos ha retratado para Europa con una actuación de la que no pienso dar publicidad con links o fotos, ha servido para derramar por fin el vaso y preguntarnos hacia dónde vamos. Hace años, para salir en televisión, había que ser famoso por algo profesional. Había que ser cantante, gran comunicador, humorista, pintor, etc. Con un currículum que lo acreditara. Hoy en día, uno se hace famoso gracias a la televisión y, para acceder a ella, uno debe contar cuál es el currículum que tiene en su entrepierna, ya sea hombre o mujer. Me da pena ver cómo este país degenera en una república bananera en la que la educación, cada vez más, brilla por su ausencia. Sólo espero que estos días tan grises para todos aquellos que tenemos dos dedos de frente, lleguen a su final porque si no es así, rezaré para que los augurios de Roland Emmerich en su última producción se cumplan cuanto antes.

jueves, 18 de febrero de 2010

ERES...

Eres algo superior a mis fuerzas. No me preguntes por qué, porque no puedo controlarlo. Eres un completo desastre. Me desesperas cuando pasas a mi lado y me tapas con la manta de la indifierencia, imaginando que no existo y concentrada en no girarte cuando nuestros hombros se rozan. No puedes imaginar lo que me molesta que no contestes a mis llamadas cuando mi intención simplemente es preguntarte cómo te va, qué tal llevas el día o si estás estresada en ese trabajo que tantas alegrías te da, pero que tanto sacrificio te supone. < Me desespera verte perseguida siempre por ese miedo que hace que conviertas en furtiva una simple conversación que no va más allá del simple intento de saber qué te inquieta o qué te roba la sonrisa en determinados momentos. No puedo convivir con ese sentimiento de culpabilidad que te azota a cada rato en que te detienes a saludarme, aunque sea por equivocación. < Nunca se te pasará por la cabeza, tampoco, lo que me desespera que no me devuelvas las llamadas cuando ves mi nombre en la pantalla de tu móvil al lado de un teléfono naranja, o después del mensajito de "tiene una llamada perdida". Siempre serás incapaz de ponerte en mi lugar porque estás tan pendiente de cerrar herméticamente tu espacio vital para que nadie te descubra cómo eres en realidad, que terminas rendida y sin ganas de mudar de mente. < Me estás matando poco a poco y, en el fondo, lo sabes. Con tus desastres, tus egoísmos involuntarios, tu mundo cerrado a cal y canto y tantas cosas que matas antes de que nazcan estás consiguiendo que cada día amanezca con una nube inmensa sobre mis hombros. < Con esta cesta llena de virtudes... ¿Cómo no iba a enamorarme de ti?

miércoles, 17 de febrero de 2010

ME ESTOY HACIENDO VIEJO

Desde que era pequeño, siempre me había dado risa de manera especial, oír a mi abuela Sarona hablar de sus antepasados y de todo aquello que comenzaba con la expresión “en mis tiempos…”. Quizás era porque cuando lo decía, yo imaginaba a mi abuela en la Francia de Luis XV al tiempo que me preguntaba a mí mismo qué edad tendría mi abuela. De hecho, por más que he investigado en su casa, nunca he visto una foto de mi abuela de niña. Después, con ese nombre, yo nunca me la pude imaginar en su infancia haciendo alguna de las maldades típicas de los niños. Es como si, con ese nombre, siempre hubiese sido abuela, desde que vino a este mundo en una casita de la calle Juan Rejón. Posteriormente, llegó mi madre con la palabra “pandilla”. Recuerdo andar con ella por la calle cuando contaba con seis o siete años y verla saludar a gente que, cuando yo preguntaba quiénes eran, les daba la categoría de “amigos de la pandilla de cuando yo era joven”. De repente, y tal y como hace el metabolismo, un día cambió y se hizo mayor de golpe, sin avisar, y, ante cada burla física que hacía de ella, siempre me contestaba y finalizaba con la manida frase de “… ¡que yo mi tiempo tuve!” Siempre creí que eso de hacerse mayor y rememorar otras épocas era de viejos y que nunca me tocaría a mí. No sólo porque me desenvuelvo bastante bien rodeado de aparatos que simbolizan la nueva era, la de la información, sino porque después de mi generación, no había otra. Me peino a la moda, visto ropa a la moda, tengo una pantalla de plasma en mi habitación, juego a la PlayStation 3, etc. Lo que ocurre es que de un tiempo a esta parte, me he dado cuenta de que ya las cosas no son lo que eran. Ahora no sólo hay una generación después de la mía, sino que cada vez que me junto con mis primos, nos da por recordar aquella época en la que la pelota era lo único que necesitábamos para ser felices. El otro día, mientras volvíamos de aquel viaje en el tiempo, recibí una llamada de teléfono de mi padre. Me había llamado para contarme un chiste y, por muy atípico que resulte, me hizo gracia. Cerramos aquella conversación quedando para comer en un restaurante al que vamos cada fin de semana, lo cual me preocupó porque de repente vi que aquella diferencia generacional se había reducido sustancialmente en un cortísimo espacio de tiempo. Otra cosa que me preocupó es que, una noche, viendo una película, encontré a Diane Keaton atractiva. No sólo hace tiempo que mi canon de belleza ha cambiado con respecto a las mujeres, sino que además he introducido una palabra más en mi vocabulario para definir a las mujeres. Esta palabra es INTERESANTE. Y ya el remate para saber que me estoy haciendo viejo es que, por lo visto, las palabras con las que nos definieron nuestros padres en algún momento de nuestras vidas, ya no se usan. El otro día vi un programa que ha mandado al cajón del pasado todos esos adjetivos con que nuestros padres intentaron estimularnos. Ya no existen los gandules, ni los desocupados, ni los vagos, ni los arretrancos, ni los sanacas, ni los huevones, etc. Me hice viejo al darme cuenta de que todas esas palabras con las que me definieron durante años se sustituyeron por una expresión tan absurda como NINI. Esperemos, por lo menos, envejecer dignamente.

lunes, 8 de febrero de 2010

SIGO AQUÍ

Sigo aquí, donde me dejaste, con la compañía de un televisor que me lanza pantallazos y al que no hago caso prácticamente nunca. Con el sonido de una radio a la que ni oigo por miedo a que aparezca alguna de esas canciones que nos unieron estando separados. Con las esperanzas intactas y los besos en la cartera para invitarte si te da por volver algún día. Sigo aquí. Levantándome cada día pensando si será el día en que te des cuenta de que nadie te extraña como yo, que te tengo conmigo a cada paso y te di el placer de ser la primera referencia ante cada acontecimiento de mi vida. No pasa noche en que no me pregunte qué pasa por tu cabeza antes de acostarte. En mis sueños te veo preguntándole a tu almohada si ya te olvidé, si pasean otras curvas por mi mente, si hay otra inquilina en mi alma. Sé que ella, en alguna noche, te ha dicho que lo intenté más de una vez pero que me fue imposible hacerlo. Que por más empeño que le he puesto, sigues viniendo a mi lado cada noche a apuñalarme dulcemente el pensamiento y el corazón. Sigo aquí, donde me dejaste una noche con una llamada que hizo de mis ojos una estación lluviosa. Sigo aquí, mirando el teléfono a cada rato, prometiéndome una y otra vez que no viviré pendiente de él aunque cuando vibra, en décimas de segundo, vienes a mi mente y desapareces al no ver tu nombre en la pantalla. Sigo ahí, en el cajón de tus recuerdos, pegado al fondo y oculto bajo un papel. Ahí seguiré hasta que decidas tirarme en un día de esos en los que montas un gabinete de crisis y te da por limpiar a fondo tu alma. Lo único que me consuela es que antes de tirarme a la basura definitivamente, sé que me agarrarás y sonreirás al recordar las noches junto a mí en la distancia.