Crecer y cumplir años, pese a lo que muchos piensan, no es malo. Simplemente es un proceso que se da y que hay que asimilarlo como tal, con sus cosas buenas y sus cosas malas. No es ningún problema siempre y cuando se crezca con unas palabras como referencia: aceptación y consecuencia. Aceptación para ser consciente, poco a poco, de que las reglas están establecidas y no podemos cambiarlas ni manejarlas a tu antojo. La vida no es una partida de parchís que uno juega solo, haciendo trampas cuando nadie nos ve, comiendo fichas de manera fraudulenta y saltándose puentes aprovechando que nadie puede recriminarnos nuestros actos. Consecuencia para tener claro que cada acto, con sus repercusiones, debemos aceptarlo tal cual viene y tal cual termina, con sus cosas buenas y sus cosas malas. No podemos vivir culpando al resto de nuestros males, utilizando a quienes pasan por nuestra vida como escudos humanos que reciban todas las flechas que escupimos cuando las cosas no nos han salido bien. Si crecemos y nos hacemos mayorcitos, debemos hacerlo con todo lo que ello supone. Porque después de un tiempo, me he dado cuenta de que no hay nada peor que dejar las cosas a medias. Un acto inconcluso, tarde o temprano volverá para abofetearnos con la mano de la realidad, pidiéndonos que rindamos las cuentas y paguemos lo debido por haber huido en su momento. Una conversación inconclusa, nos alejará de la realidad y nos hará construirnos un mundo paralelo al real desde lo que no dijimos y no, como debería ser, desde lo que dijimos. De nada sirve cumplir años y recibir regalos si luego, la parte más importante, la de madurar y plantarle cara a lo malo que tiene la vida, murió cuando teníamos siete años y nos escondemos, como hicimos bajo las faldas de mamá o los brazos de papá, tras excusas baratas y absurdas. Te llegó la hora de crecer… hace mucho tiempo aunque aún no lo sabes.
miércoles, 16 de diciembre de 2009
sábado, 5 de diciembre de 2009
EXTRAÑO SENTIMIENTO
¿Se puede echar de menos algo que nunca se ha tenido? ¿Es posible extrañar unos labios que nunca se han probado? ¿Dónde se encuentran las respuestas a las preguntas que nunca se han podido contestar y que en cambio nos hemos hecho en multitud de ocasiones? Yo, en cambio, te sigo extrañando como si hubieses existido, como si hubieses estado a mi lado siendo algo más que la ilusión de un futuro incierto, como si hubiese una historia que contar, una tarde a recordar en la que la confabulación de los astros jugó a mi favor.
¿Fuiste cierta aunque no pasaras del intento? ¿Con qué aparato se calibran los sentimientos y la locura que generaron? ¿Qué hacemos ahora con los sentimientos furtivos y los besos en grado de tentativa que dibujaron nuestros labios en mi mente?
No me queda más que el recuerdo de lo que no fue y que nunca sabré, salvo catástrofe. Aunque reniegues de todo aquello, siempre estará ahí. Puedes matar todos los recuerdos en tu mente, pero yo también estoy imputado. Y para matar los sentimientos del todo tendrías que matarme a mí. Y sé que en el fondo no quieres matarme. A lo mejor habrás deseado en algún momento que nunca hubiese aparecido, o que el destino no me hubiese cruzado en tu camino. Pero matarme, jamás.
Eres el sueño de siempre, la chica de nunca y, por mucho que no hayas existido, te llevaré guardada en el lado izquierdo hasta el final. Ahí donde reposan los buenos recuerdos de la infancia, el primer beso y el primero de los besos que nunca te di, tienes tu sitio. Y sólo depende de ti el tamaño de ese sitio que ya es grande y que puede convertirse en inmenso. Porque no es necesario hablar para saber lo que pensamos, porque no hacen falta más que tus ojos y tu sonrisa para que me lo digas todo. Porque con una mirada, en una fracción de segundo me regalaste la eternidad sin darte cuenta, antes de que la timidez te bajara la cabeza.
domingo, 8 de noviembre de 2009
... Y MI DESTINO FUE EL SILENCIO
domingo, 25 de octubre de 2009
HASTA SIEMPRE, AMIGO MONTES
Si las despedidas son difíciles por norma general, ésta no va a ser menos, querido compañero que tantas noches de mi vida alegraste inventando motes, contando anécdotas y cambiando el sentido de la narración deportiva.
Escondiendo tu genialidad tras unas gafas y una indumentaria que a nadie dejó indiferente, creaste un nuevo modo de retransmitir los eventos, haciendo que hasta el partido más aburrido se convirtiese en pura fiesta con esas singulares ironía y capacidad de improvisación que no se ha visto hasta el momento y, probablemente, tardarán en volver a renacer en la boca de alguien que heredará por siempre el calificativo de “imitador” tuyo.
Hubo compañeros que criticaron tu forma de narrar, pero dejaron bien claro que la crítica, lejos de ser constructiva, estaba basada en la envidia, pues quienes criticaban tus narraciones fueron los mismos que intentaron poner de moda en vano unos términos que tú y sólo tú acuñaste años después. Se esforzaron tanto en pensar expresiones que perdieron lo que sólo tu genialidad te brindó. La capacidad de crear un término que quedaría para la historia en tan sólo unos segundos.
Entre “tiqui-tacas”, “clubes de Onésimo” y “Amarrategui blues” me despido de ti. No voy a preguntar “dónde están las llaves”, porque tengo claro que te las llevaste contigo mientras cantabas la “Melodía de seducción Sprewell”, sonriendo como sólo los “jugones” saben hacerlo.
Seguramente la vida seguirá siendo maravillosa, aunque no tanto las retransmisiones deportivas ahora que te has marchado. Amigo Montes, hubiese dado mucho por verte llegar al cielo gritándole al Santo de Turno “Wilmaaaaa, ábreme la puertaaaa”. Hasta siempre, genio.
lunes, 5 de octubre de 2009
ANDO BUSCANDO
DE LAS TELAS DE CRETONA AL MEPETRÉS
viernes, 4 de septiembre de 2009
PARA CONQUISTAR UNA BELLA DAMA...
lunes, 31 de agosto de 2009
TENEMOS UNA CONVERSACIÓN PENDIENTE
ARENA MIX
He procurado esperar para escribir acerca del programa y de la polvareda que ha levantado en Gran Canaria, porque no quería hacerlo tan soliviantado después de ver las reacciones que han tenido lugar tras su emisión.
Partiendo de la base de que estoy totalmente de acuerdo en que el programa emitió una visión bastante parcial de lo que son el turismo y las playas de las Islas Canarias, quisiera profundizar e ir más allá en mi particular y humilde análisis de la situación. Para ello quisiera formular una pregunta que pido que tú mismo, que estás leyendo este artículo, contestes.
¿Qué habría pasado si en vez de poner las playas de Tenerife en buen lugar, hubiesen puesto otras playas de Gran Canaria con esa categoría espectacular que quisieron mostrar de las playas tinerfeñas? ¿No habría problema?
Creo que sí lo habría. Porque más allá de que las playas sean buenas o malas, hay algo peor. Y como siempre, en esta tierra, se ha procurado escurrir el bulto, mirar a otro lugar y tirar de la manta para tapar la ignorancia supina que de un tiempo a esta parte se ha instalado entre nosotros. Lo que me avergüenza no es que se haya dado una mala imagen de Gran Canaria y la masa se levante en contra de quienes lo han producido y emitido, y a los cuales me uno. Lo que es de vergüenza es que estemos todavía buscando cabezas de turco ficticias y no hayamos hecho autocrítica después de la imagen que se ha mostrado de los canarios, tanto de la provincia de Las Palmas como de la provincia de Santa Cruz de Tenerife. Vivimos en la comunidad autónoma que se encuentra a la cola en educación y en aplicación de nuevas tecnologías y lo que nos preocupa es que hayan puesto imágenes bonitas de las playas de Tenerife. Nos movemos en una sociedad que, en un ochenta por ciento, culpa a la inmigración de todos los problemas, en especial del paro, quizás para tapar con la mantita todo aquello de lo que somos culpables. Hemos ido avanzando de una manera autodestructiva, preocupándonos más por el dinero que por la cultura y la educación, y ahora tememos a las pateras, cayucos y a quienes vienen en ellos. En definitiva, muchos han vendido su prometedor futuro por disfrutar de una pseudoestabilidad momentánea que les permitiera un coche caro y una moto nueva.
Es curioso, pero quienes culpan a los inmigrantes son los mismos que han desaprovechado no sé cuántas oportunidades para prepararse para una vida con un trabajo digno. A todos ellos les digo, después de haber tirado por la borda todas las oportunidades de que han dispuesto, que aún no he visto a un inmigrante bajarse del cayuco, ponerse un mono e ir a desempeñar un trabajo al cual se accede después de estudiar un ciclo formativo de grado medio. Ya no digo una carrera, porque todos somos conscientes de que muchos jóvenes no se ven preparados para estudiarla y de que, para que las naves espaciales funcionen, alguien tiene que saber cómo van los tornillos.
Basta ya. No nos indignemos por que hayan puesto imágenes más bonitas de Tenerife. Preocupémonos de seguir formándonos para que cuando salgamos por la tele, no hagamos el más absoluto de los ridículos. Y para que si alguien habla mal, no pueda librarse de la corrección diciendo: soy canario y los canarios hablamos así. Porque ser canario no es darle patadas al diccionario o estar comiendo papas arrugás y gofio escaldado mientras vemos Tenderete o La Bodega de Julián, al tiempo que le gritamos a nuestros hijos "Fuerte chiquillo desinquieto, que ganas tengo de que haiga colegio". Ser canarios es otra cosa. Es sentirse parte, en cualquier lugar del mundo, de un sentimiento de arraigo por esta tierra habiendo nacido o no en ella, llevando la socarronería en una mano y manteniendo la otra libre para abrirle la puerta y abrazar al que llega buscando cobijo, comida o una vida mejor. Ser canario es mucho más que saberse la letra de un pasodoble cantado después de comerse un plato de pejines y echarse un ron. Es saber que la tierra, la cultura y la idiosincrasia que hemos heredado de nuestros antepasados es el mayor legado que podemos dejar a nuestros descendientes. Y que no es lo mismo un acento y una forma de entonar la vida, que una patada a un diccionario a cambio de seis segundos de gloria ficticia en la televisión nacional.
lunes, 10 de agosto de 2009
EL TIEMPO
sábado, 11 de julio de 2009
PEQUEÑO HUGO
LA NOCHE
miércoles, 1 de julio de 2009
EL TIEMPO DE LA MIEDOCRIDAD
martes, 5 de mayo de 2009
EL CAMBIO CLIMÁTICO
El cambio climático me sorprendió paseando por la orilla de la Playa del Inglés una tarde de sábado con mi padrino, cuando los guiris recogían la toalla para volver al apartamento y algún que otro dominguero lavaba los tupperware para volver a meterlos en la nevera azul de plástico duro. Recuerdo que me atacó por la espalda, con la traición en forma de nube pintada de gris oscuro, y me cogió desprevenido, sin camisa y con los pies mojados hasta el tobillo.
Uno llevaba oyendo lo del cambio climático desde hacía unos años. Concretamente desde que Al Gore perdió las elecciones con Bush “el chico”. Pero no esperaba que fuese a llegar tan temprano, y menos después de oír lo que le dijo a Mariano Rajoy su primo. La cuestión es que, finalmente, llegó. Primero llegó la nube gris, después un viento frío que arrancó tres sombrillas de cuajo, hizo volar a dos extranjeros y levantó un puñado de arena que vino directamente a clavarse como cuchillos en mi cuerpo. Acto seguido, la lluvia empezó a caer y me sentí igual que si me estuviese bañando en el “burgalón” de mi tía Rosi mientras ella, con un sentido de la limpieza y de la puñetería inusitados, fregaba los platos con agua caliente.
Haciendo buena la ley de Murphy, el cambio climático nos cogió justo al otro lado de la playa de donde habíamos aparcado el coche, con el consiguiente cabreo de mi padrino, mi tío Pepe. Para quien no lo conozca, mi tío Pepe es un hombre que, además de darle nombre al vino, siempre ha tenido el buen humor y el ingenio a flor de piel.
Anduvimos durante media hora bajo la lluvia por la orilla de la playa hasta llegar al coche. Cuando llegamos hasta el Opel Ascona del año 1988, nos mojamos cinco minutos más, porque mi tío insistió en que nos sacudiésemos los pies para no dejar arena en sus alfombras añejas aunque en el fondo, siempre he creído que lo hizo porque le supo a poco el chaparrón que nos cayó.
Por suerte, al día siguiente también hubo cambio climático y pudimos ir a la playa otra vez a coger sol y a pasear, esta vez sin mojarnos nada más que los pies en la orilla, saludando a todos los que nos encontramos de frente y viendo las caras de asombro de los que venían de la playa nudista de Maspalomas.
domingo, 26 de abril de 2009
EL REENCUENTRO
Después de que su ruptura sentimental fuese aireada por todos sus allegados, me lo encontré casualmente. Fuimos inseparables durante tanto tiempo, que cuando me lo tropecé de frente, casi no lo reconocí. No se parecía en nada al que fue un día. Había cambiado su semblante por completo. El miedo y la soledad se abrían paso en sus ojos. Unos ojos rojos a base de llanto y noches sin dormir, que daban a entender que el olvido no había acampado aún en su mente, o que se había acordado tanto de olvidarla, que seguía manteniéndola viva.
Sobre sus hombros, llevaba la culpa de algunos episodios de dolor en su vida. En su cabeza, el recuerdo de muchos buenos momentos que, por las noches, hacían acto de presencia obligándole a dormir cada noche entre lágrimas y maldiciendo aquellas curvas de ensueño y aquella sonrisa que lo atrapó en la tela de araña que tan bien había tejido ella.
Me dijo que desde aquella tarde en que ella se fue, todo se le hizo de noche. Pero no como cuando llega la noche en cualquier ciudad y las farolas iluminan el ocio y las calles. Se le hizo de noche sin luces de neón, ni carteles anunciadores de obras de teatro. No había en su mente mayor tráfico que el de los recuerdos, que se le agolpaban formando un atasco interminable que comenzaba a circular cuando la primera lágrima brotaba de sus ojos.
La impresión que daba era que se le hacía tan lóbrego el futuro, que decidió instalarse en el día que ella lo dejó, inamovible y con el dolor que se le presupone a aquella fecha. Así, vivió durante mucho tiempo en lunes, en la misma estación y con el mismo sentimiento de culpa y de resignación ante la nueva vida que debió comenzar mucho tiempo atrás y que, hasta ese momento, no había comenzado.
Me contó que era incapaz de encontrar la luz. Que seguía leyendo una y otra vez el mismo libro, mientras sus nuevas adquisiciones dormían hombro con hombro sobre la mesita de noche, esperando cada noche a que llegase su primera vez. En su mirada, no sólo se adivinaba la verdad que se le caía entre lágrimas por la boca, sino la decepción que se llevó de Neruda, de Borges, de Paulo Coelho y de los demás que le pintaron una rosa vista desde arriba, ocultándole las espinas que crecían en su tallo y que le perforaron la piel cuando quiso vivir sin medidas.
Sentí pena y, a la vez, unos sentimientos de responsabilidad y solidaridad para con aquel individuo. Al verle el luto en cada palabra, decidí ayudarle a limpiar su zona cero para que con el tiempo, pudiese edificar otra vez en el mismo sitio. Y empecé, esa misma noche después de verle, tirando todos los espejos de mi casa para no volver a encontrarme con aquel ser que encarnaba lo ingrato del amor.
martes, 21 de abril de 2009
CAMINANDO...
Caminando aprendí a caerme y también a levantarme una vez asimilado el golpe. Aprendí a distinguir a la gente con clase entre las clases de gente. Descubrí que hay gente que vive pendiente de las desgracias ajenas para preguntarles luego cómo les trata la vida y que, una vez preguntan, esperan ansiosos que la respuesta empiece por un “fatal” para luego ahondar en lo cruel del espíritu humano. En el caso contrario, es decir, en caso de que les digan “genial”, son ellos quienes se encargan de sacar la llave del vertedero y rebuscar entre la mierda para así intentar disimular su propio olor a podrido.
Caminando aprendí que hay gente que nunca dará una contestación optimista ante un proyecto futuro y que, mientras unos se la juegan, ellos están en sus casas esperando la caída para luego llegar con el “te lo dije” a punto de caérseles por la boca. Quizás porque en la caída del otro ven un océano en el que ahogar la frustración derivada de no haber intentado nunca nada más allá de lo seguro.
Caminando aprendí que los sueños, sueños son. Pero también aprendí que son gratuitos en un mundo en el que la realidad nos cuesta cada día más y más. Descubrí que el amor dejó de ser eterno en el momento en que voló la primera novia a los brazos de sabe Dios quién y que, en lo efímero, está verdaderamente la magia.
Caminé por varios círculos, pero siempre en línea recta y ascendente, apartando las grandes piedras para poder superar los reveses de un destino que, muchas veces, se olvidó de invitar a la suerte a mi casa.
Anduve recomponiendo espejos en mi alma después de que una mujer me desfigurase por dentro. Caminé llorando, corrí gritando, salté riendo, hasta que terminé rendido, sin recordar bien los motivos por que lloraba, gritaba o reía.
Después de casi veintisiete años andando, con heridas en las piernas por lo doloroso del trayecto y más de un callo en el pecho, me he dado cuenta de que me queda mucho camino por delante. Aunque creo que lo haré en bicicleta.
Y AHORA... ¿QUÉ HACEMOS?
Se lo había advertido más de una vez. Le había dicho que en aquella casa sólo había espacio para nosotros, pero él se empeñó en invitarla. Por su culpa, cogí el teléfono y la invité a cenar aquella noche en nuestra casa. Preparé todo para que ella se sintiese cómoda en nuestra compañía e incluso cociné aquello que, en una de nuestras conversaciones, me dijo que le gustaba. Como no era una cena íntima y una parte de mí me decía que yo no debía de estar allí, deseché la opción de las velas. Eso sí, saqué la mejor botella de vino que tenía para poder degustarla en aquella cena que, si bien no era lo que yo quería, tuve que hacer tras la insistencia de mi compañero.
Cenamos, reímos, hablamos largo y tendido y, finalmente, terminamos viendo una película como si fuésemos adolescentes que aprovechaban la ausencia de los padres para tomar el salón de la casa mientras los dvd’s de comedias románticas americanas se iban sucediendo uno tras otro. Esa noche no vimos ni thrillers, ni películas del oeste, ni películas de miedo. Tuve que abortar esa misión porque a ella no le gustaban y mi compañero hacía hincapié en que no las pusiera. Cómo se nota que estaba coladito por ella.
Con el paso del tiempo sus visitas fueron cada vez más y más frecuentes. Incluso había noches en las que venía y ninguno de los tres dormía porque nos descalzábamos y nos tirábamos en el sillón a hablar hasta que la claridad llenaba todo el salón y nos obligaba a retirarnos a nuestras camas. Se quedó un par de veces en casa hasta que pasó lo que nos habíamos prometido que no iba a pasar. Él se enamoró de ella y ya todo fue distinto, como pasa en todas las ocasiones, para qué engañarnos.
A los dos o tres meses, ella terminó viniendo a vivir con nosotros. Los días de amor, eran maravillosos. Todo era armonía en la casa. Sonreíamos entre nosotros y cualquier acontecimiento era celebrado como si fuese fin de año. Era como vivir en el programa de José Luis Moreno constantemente. Por otra parte, cada vez que había discusión en casa, yo optaba por encerrarme en mí para no oír las acusaciones que salían de su boca, unas veces con razón, y otras sin ella. La tensión en la cocina, en el pasillo y en el salón, se podía cortar. A la hora de dormir, lo incómodo del silencio era de tal magnitud en la casa, que cualquier golpe de tos de un vecino sonaba a música celestial. Se agradecía como los jardines agradecen el mes de mayo tras los inviernos cada vez más sombríos a los que nos estamos enfrentando.
Al final, como sucede en algunas ocasiones, el amor no resistió tanto reproche, tanta acusación ni tanta pelea y optó por marcharse. Aquel día, el sentimiento agarró las maletas, cogió la puerta y se fue tras una discusión que ni ella ni él pudieron soportar. El hastío al que fue sometido se le vino encima y decidió hacer mutis sin querer volver a escena nunca más.
Una vez se fue, llegó lo doloroso para mi compañero. Tocó ventilar la casa, oír el eco en las habitaciones cuando repetía su nombre, tirar las fotos por la papelera de reciclaje, quemar cartas, renunciar a parte del pasado, llenar los huecos vacíos en los armarios, sustituir protagonistas en todos y cada uno de los portarretratos de la casa y tropezarse con lo ingrato del amor cada vez que llegaba a casa, la soledad.
A ver qué hago ahora con él para que vuelva a ser el mismo. ¿De dónde sacaré fuerzas para ayudarle? En su día le advertí que sin ella estaríamos mejor, que nosotros dos solos nos las arreglábamos bien. Supongo que, pese a llevarse tantos golpes a lo largo del tiempo, cayó en la tentación como un novato otra vez, haciendo buena la frase de Óscar Wilde.
Lo mejor de todo es que le adivino las respuestas a cada pregunta que le hago. Sus argumentos siempre son los mismos. Que si uno no elige de quién se enamora, que si él es como un niño, que no se le puede poner diques al océano y, la mejor de todas, que atiende a razones que la razón desconoce. Elija la opción que elija para convencerme, lo cierto es que por su culpa, ya nada volverá a ser como antes. Mañana no será otro día cualquiera. Supongo que desde primera hora hasta por la noche intentaré curarle un poquito más la herida que ella dejó. En fin, qué le voy a hacer. Maldito corazón. Por qué le habré hecho caso…
domingo, 19 de abril de 2009
¿MERECE LA PENA SEGUIR?¿O ES PREFERIBLE CAMBIAR?
Me hago la pregunta porque después de tantas vueltas de las agujas del reloj, tantas hojas arrancadas en los calendarios y tantos movimientos de rotación y traslación, echo la vista atrás y valoro todos y cada uno de mis movimientos en los últimos años.
Ahora, con el tiempo sobre mí, con mis errores sobre mi espalda y con mis aciertos en mi bolsillo de buenos recuerdos, me arrepiento de haber entregado el corazón a algunas personas y causas que, quizás desde un principio, supe que eran perdidas.
Nunca esperé nada de aquellos a quienes me entregué por completo, porque no eran inversiones. Pero sí es verdad que me vacié en más de una ocasión y, con el paso del tiempo, me he dado cuenta de que fueron esfuerzos en vano con amistades meramente circunstanciales.
Es cierto que siempre es más feliz quien se entregó más puramente, sin tapujos. Pero también es cierto que llegado el momento, te das cuenta de que las hordas imperialistas de la ingratitud vienen a por ti. Porque te golpean por la espalda y el dolor lo sientes de frente, en los ojos y en el corazón. Quien menos esperabas que te traicionara, lo hace. Y no lo hace con un golpe físico, un desplante, o un grito. Lo hace pasando a tu lado sin dedicarte ni siquiera una mirada, para que el aire de su movimiento indiferente sea quien te golpee y te tire al suelo todos los buenos recuerdos, dejándote sin fuerzas para intentar devolver la bola.
Eso sí, lo bueno es tener amigos como algunos de los míos, que en cuanto notan el golpe que has recibido, se acercan hasta ti para recordarte que ellos siguen ahí aunque no seas la mejor persona del mundo. Para recordarte que en el fragor de la batalla en la que se convierte la vida conforme avanzan los años, ellos estarán a tu lado como escuderos, dejándose matar si hiciera falta. Gracias José Javier, porque tú eres de esos que se tiran conmigo a la piscina aún sabiendo que la piscina no tiene agua y que el fondo está tan lejos que el golpe va a ser mortal. No cambies ni dejes de recordarme, una vez se me hayan curado las heridas, que hay peligros que no se deberían correr jamás.
Creo que seguiré siendo como soy, pero no porque crea que cambiando voy a empeorar, sino porque soy tan gandul que me he acostumbrado a esta vida repleta de sinsabores que se olvidan cuando llega una alegría.