miércoles, 16 de diciembre de 2009

CRECIMIENTO

Crecer y cumplir años, pese a lo que muchos piensan, no es malo. Simplemente es un proceso que se da y que hay que asimilarlo como tal, con sus cosas buenas y sus cosas malas. No es ningún problema siempre y cuando se crezca con unas palabras como referencia: aceptación y consecuencia. Aceptación para ser consciente, poco a poco, de que las reglas están establecidas y no podemos cambiarlas ni manejarlas a tu antojo. La vida no es una partida de parchís que uno juega solo, haciendo trampas cuando nadie nos ve, comiendo fichas de manera fraudulenta y saltándose puentes aprovechando que nadie puede recriminarnos nuestros actos. Consecuencia para tener claro que cada acto, con sus repercusiones, debemos aceptarlo tal cual viene y tal cual termina, con sus cosas buenas y sus cosas malas. No podemos vivir culpando al resto de nuestros males, utilizando a quienes pasan por nuestra vida como escudos humanos que reciban todas las flechas que escupimos cuando las cosas no nos han salido bien. Si crecemos y nos hacemos mayorcitos, debemos hacerlo con todo lo que ello supone. Porque después de un tiempo, me he dado cuenta de que no hay nada peor que dejar las cosas a medias. Un acto inconcluso, tarde o temprano volverá para abofetearnos con la mano de la realidad, pidiéndonos que rindamos las cuentas y paguemos lo debido por haber huido en su momento. Una conversación inconclusa, nos alejará de la realidad y nos hará construirnos un mundo paralelo al real desde lo que no dijimos y no, como debería ser, desde lo que dijimos. De nada sirve cumplir años y recibir regalos si luego, la parte más importante, la de madurar y plantarle cara a lo malo que tiene la vida, murió cuando teníamos siete años y nos escondemos, como hicimos bajo las faldas de mamá o los brazos de papá, tras excusas baratas y absurdas. Te llegó la hora de crecer… hace mucho tiempo aunque aún no lo sabes.

sábado, 5 de diciembre de 2009

EXTRAÑO SENTIMIENTO

¿Se puede echar de menos algo que nunca se ha tenido? ¿Es posible extrañar unos labios que nunca se han probado? ¿Dónde se encuentran las respuestas a las preguntas que nunca se han podido contestar y que en cambio nos hemos hecho en multitud de ocasiones? Yo, en cambio, te sigo extrañando como si hubieses existido, como si hubieses estado a mi lado siendo algo más que la ilusión de un futuro incierto, como si hubiese una historia que contar, una tarde a recordar en la que la confabulación de los astros jugó a mi favor.

¿Fuiste cierta aunque no pasaras del intento? ¿Con qué aparato se calibran los sentimientos y la locura que generaron? ¿Qué hacemos ahora con los sentimientos furtivos y los besos en grado de tentativa que dibujaron nuestros labios en mi mente?

No me queda más que el recuerdo de lo que no fue y que nunca sabré, salvo catástrofe. Aunque reniegues de todo aquello, siempre estará ahí. Puedes matar todos los recuerdos en tu mente, pero yo también estoy imputado. Y para matar los sentimientos del todo tendrías que matarme a mí. Y sé que en el fondo no quieres matarme. A lo mejor habrás deseado en algún momento que nunca hubiese aparecido, o que el destino no me hubiese cruzado en tu camino. Pero matarme, jamás.

Eres el sueño de siempre, la chica de nunca y, por mucho que no hayas existido, te llevaré guardada en el lado izquierdo hasta el final. Ahí donde reposan los buenos recuerdos de la infancia, el primer beso y el primero de los besos que nunca te di, tienes tu sitio. Y sólo depende de ti el tamaño de ese sitio que ya es grande y que puede convertirse en inmenso. Porque no es necesario hablar para saber lo que pensamos, porque no hacen falta más que tus ojos y tu sonrisa para que me lo digas todo. Porque con una mirada, en una fracción de segundo me regalaste la eternidad sin darte cuenta, antes de que la timidez te bajara la cabeza.

domingo, 8 de noviembre de 2009

... Y MI DESTINO FUE EL SILENCIO

Para muchos he estado desaparecido. Para otros, escondido y, los más atrevidos creen que estoy muerto personal y profesionalmente. Siento decepcionarles. Ni estoy desaparecido, ni escondido, y mucho menos muerto. Me marché del mundanal ruido, simplemente eso. Me alejé de todo aquello que me rodeaba para poder verme más de cerca. Y lo conseguí estando a solas. Oyendo el sonido del silencio. Contestándole igualmente a cada pregunta cruel que me lanzaba y oyendo los consejos que me regalaba y que llevaban dentro de mí mucho tiempo. No ha sido un tiempo fácil, para qué mentir. Primero decidí quedarme con mi soledad. Después subí la cuesta de los episodios tristes de mi vida, aceptando culpas que me pertenecían en un acto de valentía que en nada se parece al hecho de delegarlas en los demás para autoengañarme. Reflexioné acerca de todos los momentos que me mordieron en el alma y que, al mismo tiempo, me hicieron crecer más fuerte. Esquivé las arenas movedizas del presente y fijé la vista en una meta clara que se divisaba en el horizonte cercano. Ahora tengo claro que no voy a dejarme matar antes de tiempo. No voy a caerme sin saber antes si volveré a levantarme. No voy a dejar que me hieran si no tengo claro que las heridas, por muy profundas que sean, serán leves con el paso del tiempo. No voy a gastar el tiempo en odios absurdos que no me ayudarán ni siquiera conmigo mismo. Voy a vivir. Y no me refiero al simple hecho de pasar los días e ir acumulándolos en el cajón de la vana experiencia. Lo dijo Rafael Amor: “Durar no es estar vivo, vivir es otra cosa”. Se acabaron las ocasiones perdidas.

domingo, 25 de octubre de 2009

HASTA SIEMPRE, AMIGO MONTES

Si las despedidas son difíciles por norma general, ésta no va a ser menos, querido compañero que tantas noches de mi vida alegraste inventando motes, contando anécdotas y cambiando el sentido de la narración deportiva.

Escondiendo tu genialidad tras unas gafas y una indumentaria que a nadie dejó indiferente, creaste un nuevo modo de retransmitir los eventos, haciendo que hasta el partido más aburrido se convirtiese en pura fiesta con esas singulares ironía y capacidad de improvisación que no se ha visto hasta el momento y, probablemente, tardarán en volver a renacer en la boca de alguien que heredará por siempre el calificativo de “imitador” tuyo.

Hubo compañeros que criticaron tu forma de narrar, pero dejaron bien claro que la crítica, lejos de ser constructiva, estaba basada en la envidia, pues quienes criticaban tus narraciones fueron los mismos que intentaron poner de moda en vano unos términos que tú y sólo tú acuñaste años después. Se esforzaron tanto en pensar expresiones que perdieron lo que sólo tu genialidad te brindó. La capacidad de crear un término que quedaría para la historia en tan sólo unos segundos.

Entre “tiqui-tacas”, “clubes de Onésimo” y “Amarrategui blues” me despido de ti. No voy a preguntar “dónde están las llaves”, porque tengo claro que te las llevaste contigo mientras cantabas la “Melodía de seducción Sprewell”, sonriendo como sólo los “jugones” saben hacerlo.

Seguramente la vida seguirá siendo maravillosa, aunque no tanto las retransmisiones deportivas ahora que te has marchado. Amigo Montes, hubiese dado mucho por verte llegar al cielo gritándole al Santo de Turno “Wilmaaaaa, ábreme la puertaaaa”. Hasta siempre, genio.

lunes, 5 de octubre de 2009

ANDO BUSCANDO

Ando buscando…
… Un sentimiento que desconozco pero que ya existió en su día, una especie de escalofrío que me recorra el cuerpo cuando me besen, el tiempo que perdí por un amor no correspondido, despertarme por la mañana y encontrar la cama deshecha por el lado que no utilizo.
… Una persona que me despierte de madrugada sobresaltada en sus pesadillas y que me apriete la mano para calmar sus nervios en brazos de Morfeo, que me provoque una sonrisa nada más abrir la puerta de mi casa y que sea la excusa perfecta para fingirme enfermo y pasar todo el día entre sábanas.
… Un sueño, una utopía que empiece por A y que sea de verdad, una tarde en la playa con los vaqueros llenos de arena, lo más cursi que tiene el amor de las novelas… y lo más ingrato que tienen las canciones de desamor
… Ando buscándote a ti aunque te resistas a aceptarlo. Aunque cierres los ojos a la realidad que día tras día llama a tu puerta, aunque no contestes al teléfono que golpea cada tarde tu tranquilidad y aunque te escudes en una distancia que simplemente es el espacio que nos separa.

DE LAS TELAS DE CRETONA AL MEPETRÉS

Nació hace muchos años y, cuando llegó a nuestras casas, actuó como un elemento de unión no sólo entre los miembros de la familia, sino también con los de otras familias que se reunían en casa de quien la tenía para escuchar radionovelas, el parte, o cualquier otra cosa. Era un elemento capaz de vertebrar toda una comunidad de vecinos, una calle o incluso medio barrio.
Desde el primer momento, se le presupuso una magia inusitada, porque para algunas mentes, era inconcebible que de aquel aparato pudiese salir tanto contenido. Voces que llegaban desde todas partes del país, incluso del mundo en algunas ocasiones y salían por los huecos de la tela de cretona, contándonos cómo se vivía en el otro extremo del mapa, algún que otro romance guionizado y algún que otro gol de Amancio, Di Stéfano o vaya usted a saber quién…
Lógicamente, el aparato evolucionó dentro de un mundo que no se detuvo ni un instante y terminó por convertirse en un elemento aislante que sigue conservando su magia. Aquel aparato que unió a tantas familias en otra época, ha terminado de individualizar a las generaciones posteriores, cuyos miembros se cierran los oídos con sus auriculares y caminan a toda prisa, sin prestar atención a lo que sucede a su alrededor, formando parte de una sociedad globalizada e individual, en la que cada uno mira por su interés, ajeno a los males del vecino con quien ha compartido su infancia.
La radio, que unió a tantos cuando nació, nos separa ahora sin que podamos hacer nada para evitarlo. No hay marcha atrás en este mundo de seres individuales, ¿o sí?

viernes, 4 de septiembre de 2009

PARA CONQUISTAR UNA BELLA DAMA...

En los tiempos que corren, donde la crisis sirve de salvoconducto para los violentos, los estafadores y la mala gente, un poquito más de amor sería perfecto. Y para ello, en esta entrega, regalaré un vademécum del ligoteo con vistas a entregarse por completo a la mujer que uno cree que es perfecta para sí mismo.
Lo primero que uno tiene que hacer es definir la mujer a la que quiere entregarse. Es algo básico, porque uno no va a salir a la calle a conquistar a la primera que se le ponga delante sin saber cuál es la situación. En caso de hacerlo, una guantada es lo más probable que reciba de la mujer en cuestión. A la hora de seleccionar a la mujer hay que tener en cuenta unos conceptos básicos. Ha de ser todo lo guapa que uno busque, debe ser todo lo buena gente que uno quiere y, preferentemente, no debe haber sido pareja de ningún amigo y/o familiar. Porque si ganar una mujer supone perder a otra persona importante, mal vamos.
Una vez seleccionada la mujer a la que uno quiere conquistar, uno tiene que darse un halo de misterio, apareciendo y desapareciendo de los lugares que ella frecuenta, debe ir siempre bien afeitado y limpio, preferentemente oliendo a Brummel, Varón Dandy u Old Spice, que son perfumes de hombre de siempre. Nada de metrosexualidades. Las mujeres ya no buscan hombres que les cojan las cremas.
En esos meses en los que uno aparecerá y desaparecerá continuamente, debe desaparecer siempre en dirección al gimnasio, porque las mujeres buscan un hombre que no sea desmesuradamente fuerte, pero que tampoco necesite una sobredosis de Xillit Bang para hacer desaparecer la grasa.
Hasta que uno se dedique a conquistarla en lo que se conoce como el uno contra uno, el hombre debe aprender mucho. No sólo tiene que leer novelas de Corín Tellado y poemas de Neruda, también debe comprar el Hola y el Lecturas, recordando siempre recortar las páginas donde van las recetas.
La música es un factor importante. Ha de ir a El Corte Inglés y comprar muchos discos de Jazz, de Bandas Sonoras y para el coche, el último disco de Conchita y la discografía de Frank Sinatra, la cual habrá de saber tararear por completo a las dos semanas. No importa si no se sabe inglés o si se está en el último curso de CCC (que no sé si sirve para algo). Sólo hay que musitar la melodía y de vez en cuando decir cuando ella esté presente: Qué bonito cantaba, lástima que desapareciera, porque por algo le llamaban la voz.
El cine también es un soporte vital básico a la hora de ligar. Ellas siempre suelen tener a un actor al cual adoran. Por norma general suele ser alguno de los llamados galanes de Hollywood, o algún actor de serie española del tipo Los Hombres de Paco. Nosotros, en nuestro afán de ligar debemos tener un referente claro: ARTURO FERNÁNDEZ. Ese siempre ha sido el galán por excelencia. Un hombre bien vestido en todas sus apariciones, que cuando hizo La Casa de los Líos dormía con un batín de seda precioso. Nada de Currojimenismos, ni Bradpitismos. Eso le gusta a las mujeres rudas o a las niñas de papá y nosotros, lo que queremos es una mujer.
Otro punto importante es el de los viajes. Las mujeres buscan hombres de mundo que puedan hablarles de los lugares más insospechados y recónditos, que también manejen datos acerca de lo que ellas más conocen. Para ello habrá que ir a una librería y pedir guías de viajes de: Londres (allí hay mucho mercadillo y se puede comprar mucha ropa), París (La Torre Infiel y la ciudad de la luz tiran mucho, mi niño), Roma (abstenerse de decir que el foro romano parece la ladera de El Barranquillo de Don Zoilo) Grecia (ni se les ocurra decir que no les gustó porque estaba todo roto) y Nueva York (decir que estuviste en la zona cero te da un toque de sensibilidad). No se te ocurra comprar una guía de Cuba y/o República Dominicana, porque ahí es raro ir a ver las playas exclusivamente y todo el mundo sabe que allí se pendonea bastante.
Y ya, por último, la cocina. Debemos coger la más sugerente de las recetas que encontremos en las revistas, ver tres o cuatro programas de Arguiñano seguidos y luego echarle muchas especias, porque eso da un toque de misticismo al plato que las desarma por completo. Lo de los entrantes hay que saberlo manejar muy bien. No conviene pasarse con los embutidos porque la misma palabra lo dice: Entrantes termines de comértelos, antes llegará el plato estrella y la consagración. En cuanto al vino, no pasa nada si tienes dudas. Compra una botella que pase de quince euros y listo. Blanco si es pescado o pasta que no lleve salsa boloñesa, tinto si es carne y rosado… si te da la gana.
Muy mal se te tiene que dar para no conquistar a esa mujer… Suerte y ¡a conquistar!

lunes, 31 de agosto de 2009

TENEMOS UNA CONVERSACIÓN PENDIENTE

Aún no has llegado y ya me has alegrado las últimas semanas de mi vida. Es el poder que sólo tiene la gente como tú, capaz de generar ilusiones desde mucho antes de llegar. No sólo porque seremos uno más en todas las reuniones, sino porque llegas en el mejor momento y de la mejor forma. Cuando casi ni te esperábamos e intentábamos encontrar un “algo” que nos insuflara la felicidad que nos robó el destino tiempo atrás. Tú no me conoces, pero estoy seguro que ya me has oído hablar. Claro que si algún día quieres saber cómo te conocí, deberás esperar unos años. Cuando sepas cómo funciona el milagro de la vida, te lo contaré y te contaré el escalofrío que me recorrió el cuerpo cuando me enteré de que te ibas a dar un saltito por este mundo loco. Si te soy sincero, creo que llegaste a este mundo de la mano de muchos de nosotros aunque físicamente sea tu padre con la ayuda de un médico quien te saque. Has de saber que ajeno/a a todo lo que te rodea, nos has devuelto a todos la sonrisa. Me despido de ti dándote mi palabra de que algún día te contaré cómo supe de ti. Tenemos una conversación pendiente.

ARENA MIX

He procurado esperar para escribir acerca del programa y de la polvareda que ha levantado en Gran Canaria, porque no quería hacerlo tan soliviantado después de ver las reacciones que han tenido lugar tras su emisión.

Partiendo de la base de que estoy totalmente de acuerdo en que el programa emitió una visión bastante parcial de lo que son el turismo y las playas de las Islas Canarias, quisiera profundizar e ir más allá en mi particular y humilde análisis de la situación. Para ello quisiera formular una pregunta que pido que tú mismo, que estás leyendo este artículo, contestes.

¿Qué habría pasado si en vez de poner las playas de Tenerife en buen lugar, hubiesen puesto otras playas de Gran Canaria con esa categoría espectacular que quisieron mostrar de las playas tinerfeñas? ¿No habría problema?

Creo que sí lo habría. Porque más allá de que las playas sean buenas o malas, hay algo peor. Y como siempre, en esta tierra, se ha procurado escurrir el bulto, mirar a otro lugar y tirar de la manta para tapar la ignorancia supina que de un tiempo a esta parte se ha instalado entre nosotros. Lo que me avergüenza no es que se haya dado una mala imagen de Gran Canaria y la masa se levante en contra de quienes lo han producido y emitido, y a los cuales me uno. Lo que es de vergüenza es que estemos todavía buscando cabezas de turco ficticias y no hayamos hecho autocrítica después de la imagen que se ha mostrado de los canarios, tanto de la provincia de Las Palmas como de la provincia de Santa Cruz de Tenerife. Vivimos en la comunidad autónoma que se encuentra a la cola en educación y en aplicación de nuevas tecnologías y lo que nos preocupa es que hayan puesto imágenes bonitas de las playas de Tenerife. Nos movemos en una sociedad que, en un ochenta por ciento, culpa a la inmigración de todos los problemas, en especial del paro, quizás para tapar con la mantita todo aquello de lo que somos culpables. Hemos ido avanzando de una manera autodestructiva, preocupándonos más por el dinero que por la cultura y la educación, y ahora tememos a las pateras, cayucos y a quienes vienen en ellos. En definitiva, muchos han vendido su prometedor futuro por disfrutar de una pseudoestabilidad momentánea que les permitiera un coche caro y una moto nueva.

Es curioso, pero quienes culpan a los inmigrantes son los mismos que han desaprovechado no sé cuántas oportunidades para prepararse para una vida con un trabajo digno. A todos ellos les digo, después de haber tirado por la borda todas las oportunidades de que han dispuesto, que aún no he visto a un inmigrante bajarse del cayuco, ponerse un mono e ir a desempeñar un trabajo al cual se accede después de estudiar un ciclo formativo de grado medio. Ya no digo una carrera, porque todos somos conscientes de que muchos jóvenes no se ven preparados para estudiarla y de que, para que las naves espaciales funcionen, alguien tiene que saber cómo van los tornillos.

Basta ya. No nos indignemos por que hayan puesto imágenes más bonitas de Tenerife. Preocupémonos de seguir formándonos para que cuando salgamos por la tele, no hagamos el más absoluto de los ridículos. Y para que si alguien habla mal, no pueda librarse de la corrección diciendo: soy canario y los canarios hablamos así. Porque ser canario no es darle patadas al diccionario o estar comiendo papas arrugás y gofio escaldado mientras vemos Tenderete o La Bodega de Julián, al tiempo que le gritamos a nuestros hijos "Fuerte chiquillo desinquieto, que ganas tengo de que haiga colegio". Ser canarios es otra cosa. Es sentirse parte, en cualquier lugar del mundo, de un sentimiento de arraigo por esta tierra habiendo nacido o no en ella, llevando la socarronería en una mano y manteniendo la otra libre para abrirle la puerta y abrazar al que llega buscando cobijo, comida o una vida mejor. Ser canario es mucho más que saberse la letra de un pasodoble cantado después de comerse un plato de pejines y echarse un ron. Es saber que la tierra, la cultura y la idiosincrasia que hemos heredado de nuestros antepasados es el mayor legado que podemos dejar a nuestros descendientes. Y que no es lo mismo un acento y una forma de entonar la vida, que una patada a un diccionario a cambio de seis segundos de gloria ficticia en la televisión nacional.

lunes, 10 de agosto de 2009

EL TIEMPO

Se dice por ahí de él que es el único capaz de ajusticiar a todos los humanos y que, cuando pasa, es capaz de darle a cada cual el lugar que le corresponde. Es tan perfecto que unas veces nos hace olvidar todo lo malo de nuestras vidas y otras, nos pinta en la cara una sonrisa al devolvernos lo que creíamos desterrado de nuestra memoria. Ese es él. El tiempo. Fiel y acertado justiciero sin ningún error.
Hace escasos meses, me dio una nueva oportunidad en mi vida al hacer que tomara conciencia de mis errores anteriores, dándome el valor necesario para pronunciar la palabra que para muchos seres humanos es tan difícil de decir. Probablemente esta acción parecería un hecho puntual sin importancia, pero después del último fin de semana, he valorado en profundidad aquel hecho. Fue un fin de semana para callejear, sentarnos en un sillón a reír, a cantar, a bailar e incluso, a compartir un cigarro entre risas absurdas hasta que el alba nos ordenó retirarnos.
Fue todo tan deprisa y tan intenso, que todo lo recuerdo vaga y profundamente al mismo tiempo. Fue el premio que me concedió y también los azotes por los errores cometidos en el tiempo en que creía que la felicidad completa existía y tenía sólo un nombre de mujer. Fue una nueva oportunidad para valorar la que perdí antaño. Tan paradójico...

sábado, 11 de julio de 2009

PEQUEÑO HUGO

Disfruto viéndolo corretear por el jardín detrás de la pelota, o detrás de cualquier bicho, como si no existiese nada más en el mundo que esos tesoros que persigue. En cada paso que da correteando a mi alrededor me va lanzando gotitas de la inocencia que hace tiempo me robó el desencanto. Una vez conquista la pelota, se dedica a tirarla contra la canasta una y otra vez. Si ve que no consigue acertar, tiene dos opciones. La primera es hacer un mate. Para eso se pone de puntillas y se estira todo lo que puede. Si lo consigue, me mira y sonríe para hacerme cómplice de su hito. Pero si no lo consigue, o no le apetece hacer un mate, me mira, me agarra de la mano y me da la pelota para que yo derrote al monstruo de la canasta. Cuando consigo el objetivo, él me mira, sonríe y grita un “bieeen” que me congela el cuerpo. Otro de los mejores momentos es verlo andar con las manos detrás de la espalda. Adopta la postura del abuelo cuando vaticina el clima del día siguiente y pasea como si él realmente supiera la actitud de persona mayor que ha adquirido. Se dedica a pasear, deteniéndose frente a cada flor del jardín o ante cada juguete que ha esparcido durante el día por él, mientras yo me pregunto qué estará pasando por esa cabecita con plumitas lacias y rubias. Es tanta la actividad que desarrolla durante el día que si yo estuviese en su lugar, caería rendido nada más tocar el colchón. Pero él no. Él está hecho de otra pasta que yo desconozco. Por eso, cuando llega la noche y su madre lo mete en la cama, él sólo pide la pelota. Y se duerme abrazado a ella, pensando que al día siguiente habrá más normas que desobedecer, más canastas que encestar y más bichos tras los que salir corriendo. Cualquier cosa que haga, ya sea comer, bañarse, pasear, jugar a la pelota, llamar a su madre, a su padre, a sus abuelos o a sus tíos o correr detrás de un bicho, me conquista. No sé en qué momento empezó esta historia. Sólo espero que no acabe. Aunque si acabase, sé que él tendría las palabras perfectas e inocentes para preguntar qué ha pasado. Probablemente diría ¿ya tá?

LA NOCHE

Es el momento de los contrastes. El tiempo del desenfreno, de los disfraces, de las relaciones esporádicas, eventuales, que se acaban cuando sale el sol, el tiempo de Baco, de las luces de neón, de las profesiones más antiguas a pie de calle y, por otra parte, el tiempo de los miedos, de la soledad, de los fantasmas del pasado, de los recuerdos, de la inestabilidad de las conciencias y de los largos paseos para ahuyentar al insomnio. El tiempo de la música. Una música que, dependiendo del estado en que te encuentres, puede ser la más festiva y pachanguera del mercado, o la más triste y sombría que se puede encontrar. El tiempo de la música caribeña, con el movimiento sensual que conlleva la ocasión, o la música más lenta y agónica, cargada de letras afiladas como cuchillas que van desgarrando las almas de adentro hacia afuera, hurgando en los puntos donde más dolor hay acumulado. Es el momento en que los contrastes salen a relucir. Si paseas por cualquier calle, verás cómo la gente se pasea en pareja o en grupos, con las sonrisas etílicas dibujadas y con conversaciones, raramente trascendentales, en alta voz. A esa misma hora, en cualquier casa cercana, hay dos personas entregadas a la pasión eventual, gratuita o de pago y en otra habitación, hay una persona aferrada a una almohada, mientras las lágrimas van rodando por sus mejillas hasta que llega el tan preciado tiempo de Morfeo. Hay noches en las que sigues apareciendo a mi lado. En las que te encuentro en mi cama, abrazándome como siempre hacías, cogiéndome de la mano entre sueños y dándome patadas entre sábanas por no sé qué pesadilla. Hay otras noches en las que, pese a oír tu voz, no llego a encontrarte al despertarme. Sea cual sea la noche, lo único que coincide es que cuando llega la mañana, ya te has ido. Te vuelves etérea con el primer rayo de sol y es imposible alcanzarte. Te pierdes entre la claridad y da igual cuánto me esfuerce por retenerte. Hay otras noches en las que no apareces. Son esas en las que la oscuridad de los peores sitios amparan a la mejor gente que, abrazadas a un vaso o a una botella, frivolizan o calman sus ansias de verborrea en torno a temas insustanciales. Eso sí, esas noches, cuando abro la puerta de mi casa, ahí estás tú. Esperas paciente hasta que me desvisto y me meto en la cama, para vaciar el saco de los recuerdos mientras mis ojos se van cerrando poco a poco. ¿Has probado a intentar quedarte alguna mañana? Yo sigo esperando que lo hagas…

miércoles, 1 de julio de 2009

EL TIEMPO DE LA MIEDOCRIDAD

De un tiempo a esta parte, la miedocridad se ha hecho un hueco entre nosotros, ocupando el primer plato en nuestras mesas a las horas del desayuno, del almuerzo y de la cena. La miedocridad es ese sentimiento asustadizo que invade a algunos mediocres, que ven amenazada su posición social o su estatus de privilegio ante el nacimiento de algo o alguien brillante y capaz de ocupar esa posición. Atrás quedan los proyectos, las ideas y sus razones, etc. En la actualidad, lo que prima es el maquiavelismo puro y duro, capaz de cortar cabezas porque quienes las tienen suponen una amenaza. Vivimos el tiempo en que la razón y la brillantez son decapitadas para que el apoltronamiento gane, batalla tras batalla, para interés de algunos pocos.
Poco espacio tienen en este mundo los proyectos hechos a largo plazo con una brillantez inusitada si no llevan el sello del mediocre que maneja el cotarro. Lo que importa realmente es que el que vaya detrás del mediocre número uno sea más tonto, porque si es muy listo, sacará a relucir todas las vergüenzas del “líder”, quien piensa que si la sociedad se estanca, no importa mientras el tenga su bolsillo lleno de dinero y su agenda repleta de contactos que generen el poder que necesita.
Estamos en el tiempo en que todo es posible, hasta lo más descabellado. Vivimos en una sociedad que ha premiado hasta tal punto a la mediocridad, que hay grandes cargos de grandes empresas cuyos estudios (quince minutos de la ESO) y preparación son inferiores a los del último empleado de dicha empresa. Como decía mi madre, aquí hasta el más lento empuja al que va delante. Y es que en la sociedad intensiva que nos ha tocado vivir, donde no existen carreras de fondo, sino de velocidad, el leitmotiv está sacado de un par de películas de Hollywood. TOMA EL DINERO Y CORRE y CON LA POLI EN LOS TALONES. Vivimos en una sociedad donde la globalización ha llegado al punto de individualizar a todos aquellos que formamos parte de ella, aislándonos del medio, por lo que una revolución de ideas es absolutamente utópica y, por consiguiente, el cambio a una sociedad más concienciada. Y es que la base del triunfo de la miedocridad está en la división de aquellos capaces de cambiar el sistema.

martes, 5 de mayo de 2009

EL CAMBIO CLIMÁTICO

El cambio climático me sorprendió paseando por la orilla de la Playa del Inglés una tarde de sábado con mi padrino, cuando los guiris recogían la toalla para volver al apartamento y algún que otro dominguero lavaba los tupperware para volver a meterlos en la nevera azul de plástico duro. Recuerdo que me atacó por la espalda, con la traición en forma de nube pintada de gris oscuro, y me cogió desprevenido, sin camisa y con los pies mojados hasta el tobillo.

Uno llevaba oyendo lo del cambio climático desde hacía unos años. Concretamente desde que Al Gore perdió las elecciones con Bush “el chico”. Pero no esperaba que fuese a llegar tan temprano, y menos después de oír lo que le dijo a Mariano Rajoy su primo. La cuestión es que, finalmente, llegó. Primero llegó la nube gris, después un viento frío que arrancó tres sombrillas de cuajo, hizo volar a dos extranjeros y levantó un puñado de arena que vino directamente a clavarse como cuchillos en mi cuerpo. Acto seguido, la lluvia empezó a caer y me sentí igual que si me estuviese bañando en el “burgalón” de mi tía Rosi mientras ella, con un sentido de la limpieza y de la puñetería inusitados, fregaba los platos con agua caliente.

Haciendo buena la ley de Murphy, el cambio climático nos cogió justo al otro lado de la playa de donde habíamos aparcado el coche, con el consiguiente cabreo de mi padrino, mi tío Pepe. Para quien no lo conozca, mi tío Pepe es un hombre que, además de darle nombre al vino, siempre ha tenido el buen humor y el ingenio a flor de piel.

Anduvimos durante media hora bajo la lluvia por la orilla de la playa hasta llegar al coche. Cuando llegamos hasta el Opel Ascona del año 1988, nos mojamos cinco minutos más, porque mi tío insistió en que nos sacudiésemos los pies para no dejar arena en sus alfombras añejas aunque en el fondo, siempre he creído que lo hizo porque le supo a poco el chaparrón que nos cayó.

Por suerte, al día siguiente también hubo cambio climático y pudimos ir a la playa otra vez a coger sol y a pasear, esta vez sin mojarnos nada más que los pies en la orilla, saludando a todos los que nos encontramos de frente y viendo las caras de asombro de los que venían de la playa nudista de Maspalomas.

domingo, 26 de abril de 2009

EL REENCUENTRO

Después de que su ruptura sentimental fuese aireada por todos sus allegados, me lo encontré casualmente. Fuimos inseparables durante tanto tiempo, que cuando me lo tropecé de frente, casi no lo reconocí. No se parecía en nada al que fue un día. Había cambiado su semblante por completo. El miedo y la soledad se abrían paso en sus ojos. Unos ojos rojos a base de llanto y noches sin dormir, que daban a entender que el olvido no había acampado aún en su mente, o que se había acordado tanto de olvidarla, que seguía manteniéndola viva.

Sobre sus hombros, llevaba la culpa de algunos episodios de dolor en su vida. En su cabeza, el recuerdo de muchos buenos momentos que, por las noches, hacían acto de presencia obligándole a dormir cada noche entre lágrimas y maldiciendo aquellas curvas de ensueño y aquella sonrisa que lo atrapó en la tela de araña que tan bien había tejido ella.

Me dijo que desde aquella tarde en que ella se fue, todo se le hizo de noche. Pero no como cuando llega la noche en cualquier ciudad y las farolas iluminan el ocio y las calles. Se le hizo de noche sin luces de neón, ni carteles anunciadores de obras de teatro. No había en su mente mayor tráfico que el de los recuerdos, que se le agolpaban formando un atasco interminable que comenzaba a circular cuando la primera lágrima brotaba de sus ojos.

La impresión que daba era que se le hacía tan lóbrego el futuro, que decidió instalarse en el día que ella lo dejó, inamovible y con el dolor que se le presupone a aquella fecha. Así, vivió durante mucho tiempo en lunes, en la misma estación y con el mismo sentimiento de culpa y de resignación ante la nueva vida que debió comenzar mucho tiempo atrás y que, hasta ese momento, no había comenzado.

Me contó que era incapaz de encontrar la luz. Que seguía leyendo una y otra vez el mismo libro, mientras sus nuevas adquisiciones dormían hombro con hombro sobre la mesita de noche, esperando cada noche a que llegase su primera vez. En su mirada, no sólo se adivinaba la verdad que se le caía entre lágrimas por la boca, sino la decepción que se llevó de Neruda, de Borges, de Paulo Coelho y de los demás que le pintaron una rosa vista desde arriba, ocultándole las espinas que crecían en su tallo y que le perforaron la piel cuando quiso vivir sin medidas.

Sentí pena y, a la vez, unos sentimientos de responsabilidad y solidaridad para con aquel individuo. Al verle el luto en cada palabra, decidí ayudarle a limpiar su zona cero para que con el tiempo, pudiese edificar otra vez en el mismo sitio. Y empecé, esa misma noche después de verle, tirando todos los espejos de mi casa para no volver a encontrarme con aquel ser que encarnaba lo ingrato del amor.

martes, 21 de abril de 2009

CAMINANDO...

Caminando aprendí a caerme y también a levantarme una vez asimilado el golpe. Aprendí a distinguir a la gente con clase entre las clases de gente. Descubrí que hay gente que vive pendiente de las desgracias ajenas para preguntarles luego cómo les trata la vida y que, una vez preguntan, esperan ansiosos que la respuesta empiece por un “fatal” para luego ahondar en lo cruel del espíritu humano. En el caso contrario, es decir, en caso de que les digan “genial”, son ellos quienes se encargan de sacar la llave del vertedero y rebuscar entre la mierda para así intentar disimular su propio olor a podrido.

Caminando aprendí que hay gente que nunca dará una contestación optimista ante un proyecto futuro y que, mientras unos se la juegan, ellos están en sus casas esperando la caída para luego llegar con el “te lo dije” a punto de caérseles por la boca. Quizás porque en la caída del otro ven un océano en el que ahogar la frustración derivada de no haber intentado nunca nada más allá de lo seguro.

Caminando aprendí que los sueños, sueños son. Pero también aprendí que son gratuitos en un mundo en el que la realidad nos cuesta cada día más y más. Descubrí que el amor dejó de ser eterno en el momento en que voló la primera novia a los brazos de sabe Dios quién y que, en lo efímero, está verdaderamente la magia.

Caminé por varios círculos, pero siempre en línea recta y ascendente, apartando las grandes piedras para poder superar los reveses de un destino que, muchas veces, se olvidó de invitar a la suerte a mi casa.

Anduve recomponiendo espejos en mi alma después de que una mujer me desfigurase por dentro. Caminé llorando, corrí gritando, salté riendo, hasta que terminé rendido, sin recordar bien los motivos por que lloraba, gritaba o reía.

Después de casi veintisiete años andando, con heridas en las piernas por lo doloroso del trayecto y más de un callo en el pecho, me he dado cuenta de que me queda mucho camino por delante. Aunque creo que lo haré en bicicleta.

Y AHORA... ¿QUÉ HACEMOS?

Se lo había advertido más de una vez. Le había dicho que en aquella casa sólo había espacio para nosotros, pero él se empeñó en invitarla. Por su culpa, cogí el teléfono y la invité a cenar aquella noche en nuestra casa. Preparé todo para que ella se sintiese cómoda en nuestra compañía e incluso cociné aquello que, en una de nuestras conversaciones, me dijo que le gustaba. Como no era una cena íntima y una parte de mí me decía que yo no debía de estar allí, deseché la opción de las velas. Eso sí, saqué la mejor botella de vino que tenía para poder degustarla en aquella cena que, si bien no era lo que yo quería, tuve que hacer tras la insistencia de mi compañero.

Cenamos, reímos, hablamos largo y tendido y, finalmente, terminamos viendo una película como si fuésemos adolescentes que aprovechaban la ausencia de los padres para tomar el salón de la casa mientras los dvd’s de comedias románticas americanas se iban sucediendo uno tras otro. Esa noche no vimos ni thrillers, ni películas del oeste, ni películas de miedo. Tuve que abortar esa misión porque a ella no le gustaban y mi compañero hacía hincapié en que no las pusiera. Cómo se nota que estaba coladito por ella.

Con el paso del tiempo sus visitas fueron cada vez más y más frecuentes. Incluso había noches en las que venía y ninguno de los tres dormía porque nos descalzábamos y nos tirábamos en el sillón a hablar hasta que la claridad llenaba todo el salón y nos obligaba a retirarnos a nuestras camas. Se quedó un par de veces en casa hasta que pasó lo que nos habíamos prometido que no iba a pasar. Él se enamoró de ella y ya todo fue distinto, como pasa en todas las ocasiones, para qué engañarnos.

A los dos o tres meses, ella terminó viniendo a vivir con nosotros. Los días de amor, eran maravillosos. Todo era armonía en la casa. Sonreíamos entre nosotros y cualquier acontecimiento era celebrado como si fuese fin de año. Era como vivir en el programa de José Luis Moreno constantemente. Por otra parte, cada vez que había discusión en casa, yo optaba por encerrarme en mí para no oír las acusaciones que salían de su boca, unas veces con razón, y otras sin ella. La tensión en la cocina, en el pasillo y en el salón, se podía cortar. A la hora de dormir, lo incómodo del silencio era de tal magnitud en la casa, que cualquier golpe de tos de un vecino sonaba a música celestial. Se agradecía como los jardines agradecen el mes de mayo tras los inviernos cada vez más sombríos a los que nos estamos enfrentando.

Al final, como sucede en algunas ocasiones, el amor no resistió tanto reproche, tanta acusación ni tanta pelea y optó por marcharse. Aquel día, el sentimiento agarró las maletas, cogió la puerta y se fue tras una discusión que ni ella ni él pudieron soportar. El hastío al que fue sometido se le vino encima y decidió hacer mutis sin querer volver a escena nunca más.

Una vez se fue, llegó lo doloroso para mi compañero. Tocó ventilar la casa, oír el eco en las habitaciones cuando repetía su nombre, tirar las fotos por la papelera de reciclaje, quemar cartas, renunciar a parte del pasado, llenar los huecos vacíos en los armarios, sustituir protagonistas en todos y cada uno de los portarretratos de la casa y tropezarse con lo ingrato del amor cada vez que llegaba a casa, la soledad.

A ver qué hago ahora con él para que vuelva a ser el mismo. ¿De dónde sacaré fuerzas para ayudarle? En su día le advertí que sin ella estaríamos mejor, que nosotros dos solos nos las arreglábamos bien. Supongo que, pese a llevarse tantos golpes a lo largo del tiempo, cayó en la tentación como un novato otra vez, haciendo buena la frase de Óscar Wilde.

Lo mejor de todo es que le adivino las respuestas a cada pregunta que le hago. Sus argumentos siempre son los mismos. Que si uno no elige de quién se enamora, que si él es como un niño, que no se le puede poner diques al océano y, la mejor de todas, que atiende a razones que la razón desconoce. Elija la opción que elija para convencerme, lo cierto es que por su culpa, ya nada volverá a ser como antes. Mañana no será otro día cualquiera. Supongo que desde primera hora hasta por la noche intentaré curarle un poquito más la herida que ella dejó. En fin, qué le voy a hacer. Maldito corazón. Por qué le habré hecho caso…

domingo, 19 de abril de 2009

¿MERECE LA PENA SEGUIR?¿O ES PREFERIBLE CAMBIAR?

Me hago la pregunta porque después de tantas vueltas de las agujas del reloj, tantas hojas arrancadas en los calendarios y  tantos movimientos de rotación y traslación, echo la vista atrás y valoro todos y cada uno de mis movimientos en los últimos años.

Ahora, con el tiempo sobre mí, con mis errores sobre mi espalda y con mis aciertos en mi bolsillo de buenos recuerdos, me arrepiento de haber entregado el corazón a algunas personas y causas que, quizás desde un principio, supe que eran perdidas.

Nunca esperé nada de aquellos a quienes me entregué por completo, porque no eran inversiones. Pero sí es verdad que me vacié en más de una ocasión y, con el paso del tiempo, me he dado cuenta de que fueron esfuerzos en vano con amistades meramente circunstanciales.

Es cierto que siempre es más feliz quien se entregó más puramente, sin tapujos. Pero también es cierto que llegado el momento, te das cuenta de que las hordas imperialistas de la ingratitud vienen a por ti. Porque te golpean por la espalda y el dolor lo sientes de frente, en los ojos y en el corazón. Quien menos esperabas que te traicionara, lo hace. Y no lo hace con un golpe físico, un desplante, o un grito. Lo hace pasando a tu lado sin dedicarte ni siquiera una mirada, para que el aire de su movimiento indiferente sea quien te golpee y te tire al suelo todos los buenos recuerdos, dejándote sin fuerzas para intentar devolver la bola.

Eso sí, lo bueno es tener amigos como algunos de los míos, que en cuanto notan el golpe que has recibido, se acercan hasta ti para recordarte que ellos siguen ahí aunque no seas la mejor persona del mundo. Para recordarte que en el fragor de la batalla en la que se convierte la vida conforme avanzan los años, ellos estarán a tu lado como escuderos, dejándose matar si hiciera falta. Gracias José Javier, porque tú eres de esos que se tiran conmigo a la piscina aún sabiendo que la piscina no tiene agua y que el fondo está tan lejos que el golpe va a ser mortal. No cambies ni dejes de recordarme, una vez se me hayan curado las heridas, que hay peligros que no se deberían correr jamás.

Creo que seguiré siendo como soy, pero no porque crea que cambiando voy a empeorar, sino porque soy tan gandul que me he acostumbrado a esta vida repleta de sinsabores que se olvidan cuando llega una alegría.