lunes, 31 de agosto de 2009

ARENA MIX

He procurado esperar para escribir acerca del programa y de la polvareda que ha levantado en Gran Canaria, porque no quería hacerlo tan soliviantado después de ver las reacciones que han tenido lugar tras su emisión.

Partiendo de la base de que estoy totalmente de acuerdo en que el programa emitió una visión bastante parcial de lo que son el turismo y las playas de las Islas Canarias, quisiera profundizar e ir más allá en mi particular y humilde análisis de la situación. Para ello quisiera formular una pregunta que pido que tú mismo, que estás leyendo este artículo, contestes.

¿Qué habría pasado si en vez de poner las playas de Tenerife en buen lugar, hubiesen puesto otras playas de Gran Canaria con esa categoría espectacular que quisieron mostrar de las playas tinerfeñas? ¿No habría problema?

Creo que sí lo habría. Porque más allá de que las playas sean buenas o malas, hay algo peor. Y como siempre, en esta tierra, se ha procurado escurrir el bulto, mirar a otro lugar y tirar de la manta para tapar la ignorancia supina que de un tiempo a esta parte se ha instalado entre nosotros. Lo que me avergüenza no es que se haya dado una mala imagen de Gran Canaria y la masa se levante en contra de quienes lo han producido y emitido, y a los cuales me uno. Lo que es de vergüenza es que estemos todavía buscando cabezas de turco ficticias y no hayamos hecho autocrítica después de la imagen que se ha mostrado de los canarios, tanto de la provincia de Las Palmas como de la provincia de Santa Cruz de Tenerife. Vivimos en la comunidad autónoma que se encuentra a la cola en educación y en aplicación de nuevas tecnologías y lo que nos preocupa es que hayan puesto imágenes bonitas de las playas de Tenerife. Nos movemos en una sociedad que, en un ochenta por ciento, culpa a la inmigración de todos los problemas, en especial del paro, quizás para tapar con la mantita todo aquello de lo que somos culpables. Hemos ido avanzando de una manera autodestructiva, preocupándonos más por el dinero que por la cultura y la educación, y ahora tememos a las pateras, cayucos y a quienes vienen en ellos. En definitiva, muchos han vendido su prometedor futuro por disfrutar de una pseudoestabilidad momentánea que les permitiera un coche caro y una moto nueva.

Es curioso, pero quienes culpan a los inmigrantes son los mismos que han desaprovechado no sé cuántas oportunidades para prepararse para una vida con un trabajo digno. A todos ellos les digo, después de haber tirado por la borda todas las oportunidades de que han dispuesto, que aún no he visto a un inmigrante bajarse del cayuco, ponerse un mono e ir a desempeñar un trabajo al cual se accede después de estudiar un ciclo formativo de grado medio. Ya no digo una carrera, porque todos somos conscientes de que muchos jóvenes no se ven preparados para estudiarla y de que, para que las naves espaciales funcionen, alguien tiene que saber cómo van los tornillos.

Basta ya. No nos indignemos por que hayan puesto imágenes más bonitas de Tenerife. Preocupémonos de seguir formándonos para que cuando salgamos por la tele, no hagamos el más absoluto de los ridículos. Y para que si alguien habla mal, no pueda librarse de la corrección diciendo: soy canario y los canarios hablamos así. Porque ser canario no es darle patadas al diccionario o estar comiendo papas arrugás y gofio escaldado mientras vemos Tenderete o La Bodega de Julián, al tiempo que le gritamos a nuestros hijos "Fuerte chiquillo desinquieto, que ganas tengo de que haiga colegio". Ser canarios es otra cosa. Es sentirse parte, en cualquier lugar del mundo, de un sentimiento de arraigo por esta tierra habiendo nacido o no en ella, llevando la socarronería en una mano y manteniendo la otra libre para abrirle la puerta y abrazar al que llega buscando cobijo, comida o una vida mejor. Ser canario es mucho más que saberse la letra de un pasodoble cantado después de comerse un plato de pejines y echarse un ron. Es saber que la tierra, la cultura y la idiosincrasia que hemos heredado de nuestros antepasados es el mayor legado que podemos dejar a nuestros descendientes. Y que no es lo mismo un acento y una forma de entonar la vida, que una patada a un diccionario a cambio de seis segundos de gloria ficticia en la televisión nacional.

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