martes, 5 de mayo de 2009

EL CAMBIO CLIMÁTICO

El cambio climático me sorprendió paseando por la orilla de la Playa del Inglés una tarde de sábado con mi padrino, cuando los guiris recogían la toalla para volver al apartamento y algún que otro dominguero lavaba los tupperware para volver a meterlos en la nevera azul de plástico duro. Recuerdo que me atacó por la espalda, con la traición en forma de nube pintada de gris oscuro, y me cogió desprevenido, sin camisa y con los pies mojados hasta el tobillo.

Uno llevaba oyendo lo del cambio climático desde hacía unos años. Concretamente desde que Al Gore perdió las elecciones con Bush “el chico”. Pero no esperaba que fuese a llegar tan temprano, y menos después de oír lo que le dijo a Mariano Rajoy su primo. La cuestión es que, finalmente, llegó. Primero llegó la nube gris, después un viento frío que arrancó tres sombrillas de cuajo, hizo volar a dos extranjeros y levantó un puñado de arena que vino directamente a clavarse como cuchillos en mi cuerpo. Acto seguido, la lluvia empezó a caer y me sentí igual que si me estuviese bañando en el “burgalón” de mi tía Rosi mientras ella, con un sentido de la limpieza y de la puñetería inusitados, fregaba los platos con agua caliente.

Haciendo buena la ley de Murphy, el cambio climático nos cogió justo al otro lado de la playa de donde habíamos aparcado el coche, con el consiguiente cabreo de mi padrino, mi tío Pepe. Para quien no lo conozca, mi tío Pepe es un hombre que, además de darle nombre al vino, siempre ha tenido el buen humor y el ingenio a flor de piel.

Anduvimos durante media hora bajo la lluvia por la orilla de la playa hasta llegar al coche. Cuando llegamos hasta el Opel Ascona del año 1988, nos mojamos cinco minutos más, porque mi tío insistió en que nos sacudiésemos los pies para no dejar arena en sus alfombras añejas aunque en el fondo, siempre he creído que lo hizo porque le supo a poco el chaparrón que nos cayó.

Por suerte, al día siguiente también hubo cambio climático y pudimos ir a la playa otra vez a coger sol y a pasear, esta vez sin mojarnos nada más que los pies en la orilla, saludando a todos los que nos encontramos de frente y viendo las caras de asombro de los que venían de la playa nudista de Maspalomas.