viernes, 21 de mayo de 2010

JUGANDO

Crecer es un proceso constante, un eterno aprendizaje en el que nos vemos inmersos día tras día y en el que, rara vez, nos detenemos a tomar conciencia de ello. Es algo con lo que soñábamos cuando éramos pequeños para poder hacer todo aquello que nos era prohibido por motivos que no alcanzábamos a comprender, respondiendo así a la eterna disconformidad del ser humano. Hoy, atendiendo a esa eterna disconformidad, a la necesidad de buscar soluciones a todo lo que me sucede y al hecho de haberme dado cuenta de que crecer no es más que complicarse la vida tomando decisiones y adquiriendo responsabilidades, he decidido jugar a ser niño. Porque quiero poder pedir perdón y, acto seguido, rematar la frase con la pregunta "¿somos amigos otra vez?" Porque también quiero responder a esa pregunta con un "sí" que me resetee la mente y el alma, obligándome prácticamente a olvidar ipso facto. Porque me encantaría que mi mayor problema fuese un examen antes del recreo, no teniendo así la posibilidad de estudiar en ese espacio de tiempo. Porque desearía que mi mayor castigo fuese tener que repetir cien veces la misma frase cuando actuase de manera equivocada. Porque necesito mantener intacta la ilusión ante todo lo nuevo que llega a mi vida como si el pasado nunca jamás hubiese existido y sólo fuese uno de tantos cuentos que inventé cada tarde. Porque si una novia me dejaba, todo se arreglaba al día siguiente cuando me acercaba a otra chica en el patio y le decía "¿quieres ser mi novia?" Porque en aquellos días, no había mejor medicina que los besos y los abrazos de mi madre y de mi abuela, que eran capaces de curar un daño en el alma, un suspenso injusto porque el profesor me tenía manía o una herida producto de un resbalón en el patio mientras jugábamos el partido de fútbol en lo que un día fue gimnasia y ahora es educación física. Y, básicamente, porque si hubiese jugado a este juego desde hace tiempo, me habría ahorrado más de un desengaño, más de mil lágrimas, alguna que otra noche en vela y ver el reflejo de mi cara desdibujada en el espejo mientras los pensamientos iban entrechocándose y desacreditándose unos a otros en mi mente. ¿Quieres jugar tú también? Te lo recomiendo. El juego empieza... ¡Ya!

martes, 18 de mayo de 2010

BUEN VIAJE

Por fin acabó todo. Se terminó toda la parafernalia. Adiós a todos los actos que nos han recordado que te marchaste, que iniciaste un viaje en el que no hemos podido acompañarte porque era muy caro el precio del billete. Mientras te preparas en algún lugar para hacer reír a las estrellas, déjame decirte que aquí todo fue como siempre soñaste. Estaba todo lleno de flores, no faltaron las risas ni las lágrimas y, sobre todo, no faltó gente. Fueron todos los que creíste que irían e incluso alguno que nunca jamás habrías imaginado que estaría. Hace un tiempo, leí que una vez que el alma se separa del cuerpo, tarda cuarenta días en iniciar el viaje hacia otro lugar. Si es así, en tu tarjeta de embarque verás que te quedan treinta y tres días para subirte a ese avión con destino a quién sabe dónde. Por eso, permíteme alguna que otra sugerencia como si fuese un agente de viajes. No olvides meter en la maleta todo el cariño que te teníamos, porque aquí nos quedará, con total seguridad, un remanente para pasar el resto de los días. Mete también esos dos océanos que nos regalaron el mundo en cada mirada. Haz un hueco para tus ganas de hacer felices al resto, como hiciste en todos y cada uno de los días que viviste entre nosotros. Colócalo todo bien para que te quepan los sueños que compartiste con nosotros y que, poco a poco, se fueron cumpliendo. Creo que así, con todo eso en la maleta, podrás tener un viaje muy cómodo en el que no te faltará nada, salvo mis recuerdos. Perdóname por no dártelos aun sabiendo que no volverás a abrazarme o a alegrarme muchas tardes a golpe de teléfono. Perdóname el egoísmo. Pero si te los diese, me quedaría sin nada. No quiero olvidarte nunca, porque si lo hiciera sería como si te dejara morir para siempre o como si dejara de quererte y eso no va a suceder jamás. Yo sólo quiero, ya que no puedo tenerte, recordarte y tenerte por siempre conmigo. Buen viaje.

miércoles, 5 de mayo de 2010

LA HABITACION

En la vida, tarde o temprano, uno vive alguna experiencia que le hace cambiar su actitud hacia la vida en sí. Uno sufre, en carne propia o a través de otros, un hecho que le hace valorar cada día que vive y plantearse el futuro con ganas de ser alguien haciendo algo en vez de sentarse en el banco de la inutilidad. Uno se cruza con alguien que, involuntariamente, le cambia el pensamiento y le añade un poquito de luz a los días para encontrar el sendero correcto. Es mi caso. Así me sucedió un lunes de no hace mucho, cuando tuve que compartir la habitación de un "hotel" con otro inquilino. En aquella improvisada habitación, conocí a un joven de veinticuatro años que me hizo cambiar mi concepto sobre lo vivido y lo que me quedaba por vivir, mostrándome lo imbécil que fui en muchos momentos de mi vida en los que me preocupé por tonterías que, a la larga, no fueron tan importantes. En aquella improvisada habitación, por la que pasó un gran número de personas, su risa me contagió y pronto entablamos conversación. Fue una conversación interrumpida en infinidad de ocasiones por gente que venía a visitarnos, a preguntar si todo marchaba bien, o por las voces de otros inquilinos de aquel "hotel" en el que la desgracia adquiría otra dimensión en determinadas ocasiones. Hasta aquel instante en que decidí interesarme un poco más por aquel joven que respondía al nombre de José Alejandro, creía que lo más grave me había pasado a mí, que el dolor más intenso era el que yo había sufrido y que los problemas más graves los llevaba a cuestas en la mochila de mis veintisiete años. En cuanto le pregunté por su situación, mi vida cambió completamente. Me dí cuenta de cuán egoísta puede llegar a ser el ser humano y de cómo puede morir de egoísmo a no ser que algo, en forma de hecho o persona, interrumpa ese proceso ególatra. Aquel joven, al que conocí después de oírle reír con más fuerza que a nadie dentro de aquel "hotel", sufría a sus veinticuatro años, una esclerosis múltiple detectada poco después de haberse operado de una hernia discal. Una esclerosis múltiple que no era motivo para que él interrumpiese sus planes de futuro. Quería seguir estudiando, conocer a una chica, casarse y tener hijos para darle una satisfacción a su madre y a su tía, quien no se había despegado de su lado en ningún momento. Estaba convencido de que le iba a ganar la partida a la enfermedad. Me lo dijo entre carcajadas. Y yo, sin dudarlo un solo instante, le creí mientras me dí cuenta de lo tonto que había sido en muchos momentos en los que creí que el mundo se había vuelto en mi contra por cosas insignificantes que no salieron como yo esperaba y que, inexplicablemente, me llegaron a borrar la sonrisa. Desde aquel día, veo la vida y la valoro de otra forma. Y fue gracias a José Alejandro, un joven al que, seguramente, la vida le recompensará por esa positividad y por el bien que me hizo al mostrarme la luz para tomar el camino correcto. Un joven al que, estar en una sala de urgencias del hospital, le dio otro motivo más para reírse del destino y decirle en la cara: no te tengo miedo, te voy a terminar derrotando. GRACIAS JOSÉ ALEJANDRO