miércoles, 5 de mayo de 2010

LA HABITACION

En la vida, tarde o temprano, uno vive alguna experiencia que le hace cambiar su actitud hacia la vida en sí. Uno sufre, en carne propia o a través de otros, un hecho que le hace valorar cada día que vive y plantearse el futuro con ganas de ser alguien haciendo algo en vez de sentarse en el banco de la inutilidad. Uno se cruza con alguien que, involuntariamente, le cambia el pensamiento y le añade un poquito de luz a los días para encontrar el sendero correcto. Es mi caso. Así me sucedió un lunes de no hace mucho, cuando tuve que compartir la habitación de un "hotel" con otro inquilino. En aquella improvisada habitación, conocí a un joven de veinticuatro años que me hizo cambiar mi concepto sobre lo vivido y lo que me quedaba por vivir, mostrándome lo imbécil que fui en muchos momentos de mi vida en los que me preocupé por tonterías que, a la larga, no fueron tan importantes. En aquella improvisada habitación, por la que pasó un gran número de personas, su risa me contagió y pronto entablamos conversación. Fue una conversación interrumpida en infinidad de ocasiones por gente que venía a visitarnos, a preguntar si todo marchaba bien, o por las voces de otros inquilinos de aquel "hotel" en el que la desgracia adquiría otra dimensión en determinadas ocasiones. Hasta aquel instante en que decidí interesarme un poco más por aquel joven que respondía al nombre de José Alejandro, creía que lo más grave me había pasado a mí, que el dolor más intenso era el que yo había sufrido y que los problemas más graves los llevaba a cuestas en la mochila de mis veintisiete años. En cuanto le pregunté por su situación, mi vida cambió completamente. Me dí cuenta de cuán egoísta puede llegar a ser el ser humano y de cómo puede morir de egoísmo a no ser que algo, en forma de hecho o persona, interrumpa ese proceso ególatra. Aquel joven, al que conocí después de oírle reír con más fuerza que a nadie dentro de aquel "hotel", sufría a sus veinticuatro años, una esclerosis múltiple detectada poco después de haberse operado de una hernia discal. Una esclerosis múltiple que no era motivo para que él interrumpiese sus planes de futuro. Quería seguir estudiando, conocer a una chica, casarse y tener hijos para darle una satisfacción a su madre y a su tía, quien no se había despegado de su lado en ningún momento. Estaba convencido de que le iba a ganar la partida a la enfermedad. Me lo dijo entre carcajadas. Y yo, sin dudarlo un solo instante, le creí mientras me dí cuenta de lo tonto que había sido en muchos momentos en los que creí que el mundo se había vuelto en mi contra por cosas insignificantes que no salieron como yo esperaba y que, inexplicablemente, me llegaron a borrar la sonrisa. Desde aquel día, veo la vida y la valoro de otra forma. Y fue gracias a José Alejandro, un joven al que, seguramente, la vida le recompensará por esa positividad y por el bien que me hizo al mostrarme la luz para tomar el camino correcto. Un joven al que, estar en una sala de urgencias del hospital, le dio otro motivo más para reírse del destino y decirle en la cara: no te tengo miedo, te voy a terminar derrotando. GRACIAS JOSÉ ALEJANDRO

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