lunes, 31 de agosto de 2009

TENEMOS UNA CONVERSACIÓN PENDIENTE

Aún no has llegado y ya me has alegrado las últimas semanas de mi vida. Es el poder que sólo tiene la gente como tú, capaz de generar ilusiones desde mucho antes de llegar. No sólo porque seremos uno más en todas las reuniones, sino porque llegas en el mejor momento y de la mejor forma. Cuando casi ni te esperábamos e intentábamos encontrar un “algo” que nos insuflara la felicidad que nos robó el destino tiempo atrás. Tú no me conoces, pero estoy seguro que ya me has oído hablar. Claro que si algún día quieres saber cómo te conocí, deberás esperar unos años. Cuando sepas cómo funciona el milagro de la vida, te lo contaré y te contaré el escalofrío que me recorrió el cuerpo cuando me enteré de que te ibas a dar un saltito por este mundo loco. Si te soy sincero, creo que llegaste a este mundo de la mano de muchos de nosotros aunque físicamente sea tu padre con la ayuda de un médico quien te saque. Has de saber que ajeno/a a todo lo que te rodea, nos has devuelto a todos la sonrisa. Me despido de ti dándote mi palabra de que algún día te contaré cómo supe de ti. Tenemos una conversación pendiente.

ARENA MIX

He procurado esperar para escribir acerca del programa y de la polvareda que ha levantado en Gran Canaria, porque no quería hacerlo tan soliviantado después de ver las reacciones que han tenido lugar tras su emisión.

Partiendo de la base de que estoy totalmente de acuerdo en que el programa emitió una visión bastante parcial de lo que son el turismo y las playas de las Islas Canarias, quisiera profundizar e ir más allá en mi particular y humilde análisis de la situación. Para ello quisiera formular una pregunta que pido que tú mismo, que estás leyendo este artículo, contestes.

¿Qué habría pasado si en vez de poner las playas de Tenerife en buen lugar, hubiesen puesto otras playas de Gran Canaria con esa categoría espectacular que quisieron mostrar de las playas tinerfeñas? ¿No habría problema?

Creo que sí lo habría. Porque más allá de que las playas sean buenas o malas, hay algo peor. Y como siempre, en esta tierra, se ha procurado escurrir el bulto, mirar a otro lugar y tirar de la manta para tapar la ignorancia supina que de un tiempo a esta parte se ha instalado entre nosotros. Lo que me avergüenza no es que se haya dado una mala imagen de Gran Canaria y la masa se levante en contra de quienes lo han producido y emitido, y a los cuales me uno. Lo que es de vergüenza es que estemos todavía buscando cabezas de turco ficticias y no hayamos hecho autocrítica después de la imagen que se ha mostrado de los canarios, tanto de la provincia de Las Palmas como de la provincia de Santa Cruz de Tenerife. Vivimos en la comunidad autónoma que se encuentra a la cola en educación y en aplicación de nuevas tecnologías y lo que nos preocupa es que hayan puesto imágenes bonitas de las playas de Tenerife. Nos movemos en una sociedad que, en un ochenta por ciento, culpa a la inmigración de todos los problemas, en especial del paro, quizás para tapar con la mantita todo aquello de lo que somos culpables. Hemos ido avanzando de una manera autodestructiva, preocupándonos más por el dinero que por la cultura y la educación, y ahora tememos a las pateras, cayucos y a quienes vienen en ellos. En definitiva, muchos han vendido su prometedor futuro por disfrutar de una pseudoestabilidad momentánea que les permitiera un coche caro y una moto nueva.

Es curioso, pero quienes culpan a los inmigrantes son los mismos que han desaprovechado no sé cuántas oportunidades para prepararse para una vida con un trabajo digno. A todos ellos les digo, después de haber tirado por la borda todas las oportunidades de que han dispuesto, que aún no he visto a un inmigrante bajarse del cayuco, ponerse un mono e ir a desempeñar un trabajo al cual se accede después de estudiar un ciclo formativo de grado medio. Ya no digo una carrera, porque todos somos conscientes de que muchos jóvenes no se ven preparados para estudiarla y de que, para que las naves espaciales funcionen, alguien tiene que saber cómo van los tornillos.

Basta ya. No nos indignemos por que hayan puesto imágenes más bonitas de Tenerife. Preocupémonos de seguir formándonos para que cuando salgamos por la tele, no hagamos el más absoluto de los ridículos. Y para que si alguien habla mal, no pueda librarse de la corrección diciendo: soy canario y los canarios hablamos así. Porque ser canario no es darle patadas al diccionario o estar comiendo papas arrugás y gofio escaldado mientras vemos Tenderete o La Bodega de Julián, al tiempo que le gritamos a nuestros hijos "Fuerte chiquillo desinquieto, que ganas tengo de que haiga colegio". Ser canarios es otra cosa. Es sentirse parte, en cualquier lugar del mundo, de un sentimiento de arraigo por esta tierra habiendo nacido o no en ella, llevando la socarronería en una mano y manteniendo la otra libre para abrirle la puerta y abrazar al que llega buscando cobijo, comida o una vida mejor. Ser canario es mucho más que saberse la letra de un pasodoble cantado después de comerse un plato de pejines y echarse un ron. Es saber que la tierra, la cultura y la idiosincrasia que hemos heredado de nuestros antepasados es el mayor legado que podemos dejar a nuestros descendientes. Y que no es lo mismo un acento y una forma de entonar la vida, que una patada a un diccionario a cambio de seis segundos de gloria ficticia en la televisión nacional.

lunes, 10 de agosto de 2009

EL TIEMPO

Se dice por ahí de él que es el único capaz de ajusticiar a todos los humanos y que, cuando pasa, es capaz de darle a cada cual el lugar que le corresponde. Es tan perfecto que unas veces nos hace olvidar todo lo malo de nuestras vidas y otras, nos pinta en la cara una sonrisa al devolvernos lo que creíamos desterrado de nuestra memoria. Ese es él. El tiempo. Fiel y acertado justiciero sin ningún error.
Hace escasos meses, me dio una nueva oportunidad en mi vida al hacer que tomara conciencia de mis errores anteriores, dándome el valor necesario para pronunciar la palabra que para muchos seres humanos es tan difícil de decir. Probablemente esta acción parecería un hecho puntual sin importancia, pero después del último fin de semana, he valorado en profundidad aquel hecho. Fue un fin de semana para callejear, sentarnos en un sillón a reír, a cantar, a bailar e incluso, a compartir un cigarro entre risas absurdas hasta que el alba nos ordenó retirarnos.
Fue todo tan deprisa y tan intenso, que todo lo recuerdo vaga y profundamente al mismo tiempo. Fue el premio que me concedió y también los azotes por los errores cometidos en el tiempo en que creía que la felicidad completa existía y tenía sólo un nombre de mujer. Fue una nueva oportunidad para valorar la que perdí antaño. Tan paradójico...