martes, 21 de abril de 2009

CAMINANDO...

Caminando aprendí a caerme y también a levantarme una vez asimilado el golpe. Aprendí a distinguir a la gente con clase entre las clases de gente. Descubrí que hay gente que vive pendiente de las desgracias ajenas para preguntarles luego cómo les trata la vida y que, una vez preguntan, esperan ansiosos que la respuesta empiece por un “fatal” para luego ahondar en lo cruel del espíritu humano. En el caso contrario, es decir, en caso de que les digan “genial”, son ellos quienes se encargan de sacar la llave del vertedero y rebuscar entre la mierda para así intentar disimular su propio olor a podrido.

Caminando aprendí que hay gente que nunca dará una contestación optimista ante un proyecto futuro y que, mientras unos se la juegan, ellos están en sus casas esperando la caída para luego llegar con el “te lo dije” a punto de caérseles por la boca. Quizás porque en la caída del otro ven un océano en el que ahogar la frustración derivada de no haber intentado nunca nada más allá de lo seguro.

Caminando aprendí que los sueños, sueños son. Pero también aprendí que son gratuitos en un mundo en el que la realidad nos cuesta cada día más y más. Descubrí que el amor dejó de ser eterno en el momento en que voló la primera novia a los brazos de sabe Dios quién y que, en lo efímero, está verdaderamente la magia.

Caminé por varios círculos, pero siempre en línea recta y ascendente, apartando las grandes piedras para poder superar los reveses de un destino que, muchas veces, se olvidó de invitar a la suerte a mi casa.

Anduve recomponiendo espejos en mi alma después de que una mujer me desfigurase por dentro. Caminé llorando, corrí gritando, salté riendo, hasta que terminé rendido, sin recordar bien los motivos por que lloraba, gritaba o reía.

Después de casi veintisiete años andando, con heridas en las piernas por lo doloroso del trayecto y más de un callo en el pecho, me he dado cuenta de que me queda mucho camino por delante. Aunque creo que lo haré en bicicleta.

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