lunes, 13 de abril de 2009

TENGO MIEDO

Por norma general, las épocas de crisis sirven para ahogar los bolsillos de casi todos y, en algunos casos, para sacar a relucir el ingenio y la brillantez mental de unos pocos. Ni falta hace decir que, en tiempos de crisis, los temas a los humoristas (o a los que trabajamos para serlo) se nos presentan en bandeja. Porque, pese a lo que muchos ignorantes piensan, el humor inteligente no nace de las épocas en las que todo va bien y la suerte se nos presenta a manos llenas. El humor nace de la adversidad, de lo que nos es desfavorable. Y nace como último y primer recurso. Es el último recurso de una vida idiota y el primero de una vida inteligente. Por el contrario, lo que nace en las épocas de prosperidad, es la burla, la risa estúpida de aquellos que desde su atalaya de bienestar contemplan la desgracia de otros.

Este tiempo que me ha tocado vivir me ha dado para bastante en cuestión de guiones. Pero sobre todo, me ha ayudado a ver la realidad del pensamiento de quienes me rodean. Y es que, como decía mi abuela, “pa’ la recogida estamos todos, pero pa’ la siembra qué pocos amigos tengo”.

El viernes pasado, mientras una parte de la ciudad se quitaba la mantilla, otra se vestía para salir a ahogar las penas de la crucifixión en alcohol y otra aún más grande, tendía la toalla en el balcón del apartamento en el que estaba, tuve el placer de sentarme en un bar a cenar y a escuchar.

En una mesa aledaña al lugar en el que me había sentado escuché a un grupo de hombres, disfrazados con trajes de chaqueta, hablar de la situación económica por la que atraviesa el mundo en este principio de siglo. Y digo disfrazados con traje de chaqueta, porque ese es el uniforme que muchos utilizan para disfrazarse de personas respetables.

En aquella conversación, uno de ellos defendió a Hitler, Franco y Mussolini porque ellos tres, pese a matar a todos aquellos que pensaban de manera distinta, sacaron a sus países de una hiperinflación galopante. Otro, defendió a Stalin y a Fidel Castro porque, gracias a ellos, triunfaron las revoluciones de los desposeídos.

Tras oír la sarta de barbaridades que brotaban de sus bocas, mi cuerpo se estremeció al caer en la cuenta de que quizá muchos en esta sociedad piensan lo mismo. Y es que hemos llegado a un punto aparente de no retorno en el que, para muchos, lo que importa es el bolsillo y los resultados generales o la estadística. Lo que importa no es el modelo de dirigente transparente, ni los casos de miles de individuos soviéticos, cubanos, españoles, italianos, alemanes y judíos, entre otros, que fueron asesinados, masacrados o que tuvieron que vivir en el exilio. Lo que importa es el modelo de dirigente autoritario que nos saca de la crisis, el macho que se pasa por el forro de su constitución todo aquello que no le interesa, aquél a quien no le importan las particularidades de una sociedad cada vez más globalizada, pero a su vez más dividida.

Me asusta pensar que la gente pueda supeditar el triunfo o el fracaso de un sistema al funcionamiento de la economía y que más de uno pueda aplaudir el regreso de los tan temidos dictadores si con ello se les vuelven a coser los bolsillos.

Mal vamos, pero que muy mal.

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