miércoles, 1 de julio de 2009

EL TIEMPO DE LA MIEDOCRIDAD

De un tiempo a esta parte, la miedocridad se ha hecho un hueco entre nosotros, ocupando el primer plato en nuestras mesas a las horas del desayuno, del almuerzo y de la cena. La miedocridad es ese sentimiento asustadizo que invade a algunos mediocres, que ven amenazada su posición social o su estatus de privilegio ante el nacimiento de algo o alguien brillante y capaz de ocupar esa posición. Atrás quedan los proyectos, las ideas y sus razones, etc. En la actualidad, lo que prima es el maquiavelismo puro y duro, capaz de cortar cabezas porque quienes las tienen suponen una amenaza. Vivimos el tiempo en que la razón y la brillantez son decapitadas para que el apoltronamiento gane, batalla tras batalla, para interés de algunos pocos.
Poco espacio tienen en este mundo los proyectos hechos a largo plazo con una brillantez inusitada si no llevan el sello del mediocre que maneja el cotarro. Lo que importa realmente es que el que vaya detrás del mediocre número uno sea más tonto, porque si es muy listo, sacará a relucir todas las vergüenzas del “líder”, quien piensa que si la sociedad se estanca, no importa mientras el tenga su bolsillo lleno de dinero y su agenda repleta de contactos que generen el poder que necesita.
Estamos en el tiempo en que todo es posible, hasta lo más descabellado. Vivimos en una sociedad que ha premiado hasta tal punto a la mediocridad, que hay grandes cargos de grandes empresas cuyos estudios (quince minutos de la ESO) y preparación son inferiores a los del último empleado de dicha empresa. Como decía mi madre, aquí hasta el más lento empuja al que va delante. Y es que en la sociedad intensiva que nos ha tocado vivir, donde no existen carreras de fondo, sino de velocidad, el leitmotiv está sacado de un par de películas de Hollywood. TOMA EL DINERO Y CORRE y CON LA POLI EN LOS TALONES. Vivimos en una sociedad donde la globalización ha llegado al punto de individualizar a todos aquellos que formamos parte de ella, aislándonos del medio, por lo que una revolución de ideas es absolutamente utópica y, por consiguiente, el cambio a una sociedad más concienciada. Y es que la base del triunfo de la miedocridad está en la división de aquellos capaces de cambiar el sistema.

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