sábado, 11 de julio de 2009

LA NOCHE

Es el momento de los contrastes. El tiempo del desenfreno, de los disfraces, de las relaciones esporádicas, eventuales, que se acaban cuando sale el sol, el tiempo de Baco, de las luces de neón, de las profesiones más antiguas a pie de calle y, por otra parte, el tiempo de los miedos, de la soledad, de los fantasmas del pasado, de los recuerdos, de la inestabilidad de las conciencias y de los largos paseos para ahuyentar al insomnio. El tiempo de la música. Una música que, dependiendo del estado en que te encuentres, puede ser la más festiva y pachanguera del mercado, o la más triste y sombría que se puede encontrar. El tiempo de la música caribeña, con el movimiento sensual que conlleva la ocasión, o la música más lenta y agónica, cargada de letras afiladas como cuchillas que van desgarrando las almas de adentro hacia afuera, hurgando en los puntos donde más dolor hay acumulado. Es el momento en que los contrastes salen a relucir. Si paseas por cualquier calle, verás cómo la gente se pasea en pareja o en grupos, con las sonrisas etílicas dibujadas y con conversaciones, raramente trascendentales, en alta voz. A esa misma hora, en cualquier casa cercana, hay dos personas entregadas a la pasión eventual, gratuita o de pago y en otra habitación, hay una persona aferrada a una almohada, mientras las lágrimas van rodando por sus mejillas hasta que llega el tan preciado tiempo de Morfeo. Hay noches en las que sigues apareciendo a mi lado. En las que te encuentro en mi cama, abrazándome como siempre hacías, cogiéndome de la mano entre sueños y dándome patadas entre sábanas por no sé qué pesadilla. Hay otras noches en las que, pese a oír tu voz, no llego a encontrarte al despertarme. Sea cual sea la noche, lo único que coincide es que cuando llega la mañana, ya te has ido. Te vuelves etérea con el primer rayo de sol y es imposible alcanzarte. Te pierdes entre la claridad y da igual cuánto me esfuerce por retenerte. Hay otras noches en las que no apareces. Son esas en las que la oscuridad de los peores sitios amparan a la mejor gente que, abrazadas a un vaso o a una botella, frivolizan o calman sus ansias de verborrea en torno a temas insustanciales. Eso sí, esas noches, cuando abro la puerta de mi casa, ahí estás tú. Esperas paciente hasta que me desvisto y me meto en la cama, para vaciar el saco de los recuerdos mientras mis ojos se van cerrando poco a poco. ¿Has probado a intentar quedarte alguna mañana? Yo sigo esperando que lo hagas…

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