miércoles, 16 de diciembre de 2009

CRECIMIENTO

Crecer y cumplir años, pese a lo que muchos piensan, no es malo. Simplemente es un proceso que se da y que hay que asimilarlo como tal, con sus cosas buenas y sus cosas malas. No es ningún problema siempre y cuando se crezca con unas palabras como referencia: aceptación y consecuencia. Aceptación para ser consciente, poco a poco, de que las reglas están establecidas y no podemos cambiarlas ni manejarlas a tu antojo. La vida no es una partida de parchís que uno juega solo, haciendo trampas cuando nadie nos ve, comiendo fichas de manera fraudulenta y saltándose puentes aprovechando que nadie puede recriminarnos nuestros actos. Consecuencia para tener claro que cada acto, con sus repercusiones, debemos aceptarlo tal cual viene y tal cual termina, con sus cosas buenas y sus cosas malas. No podemos vivir culpando al resto de nuestros males, utilizando a quienes pasan por nuestra vida como escudos humanos que reciban todas las flechas que escupimos cuando las cosas no nos han salido bien. Si crecemos y nos hacemos mayorcitos, debemos hacerlo con todo lo que ello supone. Porque después de un tiempo, me he dado cuenta de que no hay nada peor que dejar las cosas a medias. Un acto inconcluso, tarde o temprano volverá para abofetearnos con la mano de la realidad, pidiéndonos que rindamos las cuentas y paguemos lo debido por haber huido en su momento. Una conversación inconclusa, nos alejará de la realidad y nos hará construirnos un mundo paralelo al real desde lo que no dijimos y no, como debería ser, desde lo que dijimos. De nada sirve cumplir años y recibir regalos si luego, la parte más importante, la de madurar y plantarle cara a lo malo que tiene la vida, murió cuando teníamos siete años y nos escondemos, como hicimos bajo las faldas de mamá o los brazos de papá, tras excusas baratas y absurdas. Te llegó la hora de crecer… hace mucho tiempo aunque aún no lo sabes.

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