miércoles, 17 de febrero de 2010

ME ESTOY HACIENDO VIEJO

Desde que era pequeño, siempre me había dado risa de manera especial, oír a mi abuela Sarona hablar de sus antepasados y de todo aquello que comenzaba con la expresión “en mis tiempos…”. Quizás era porque cuando lo decía, yo imaginaba a mi abuela en la Francia de Luis XV al tiempo que me preguntaba a mí mismo qué edad tendría mi abuela. De hecho, por más que he investigado en su casa, nunca he visto una foto de mi abuela de niña. Después, con ese nombre, yo nunca me la pude imaginar en su infancia haciendo alguna de las maldades típicas de los niños. Es como si, con ese nombre, siempre hubiese sido abuela, desde que vino a este mundo en una casita de la calle Juan Rejón. Posteriormente, llegó mi madre con la palabra “pandilla”. Recuerdo andar con ella por la calle cuando contaba con seis o siete años y verla saludar a gente que, cuando yo preguntaba quiénes eran, les daba la categoría de “amigos de la pandilla de cuando yo era joven”. De repente, y tal y como hace el metabolismo, un día cambió y se hizo mayor de golpe, sin avisar, y, ante cada burla física que hacía de ella, siempre me contestaba y finalizaba con la manida frase de “… ¡que yo mi tiempo tuve!” Siempre creí que eso de hacerse mayor y rememorar otras épocas era de viejos y que nunca me tocaría a mí. No sólo porque me desenvuelvo bastante bien rodeado de aparatos que simbolizan la nueva era, la de la información, sino porque después de mi generación, no había otra. Me peino a la moda, visto ropa a la moda, tengo una pantalla de plasma en mi habitación, juego a la PlayStation 3, etc. Lo que ocurre es que de un tiempo a esta parte, me he dado cuenta de que ya las cosas no son lo que eran. Ahora no sólo hay una generación después de la mía, sino que cada vez que me junto con mis primos, nos da por recordar aquella época en la que la pelota era lo único que necesitábamos para ser felices. El otro día, mientras volvíamos de aquel viaje en el tiempo, recibí una llamada de teléfono de mi padre. Me había llamado para contarme un chiste y, por muy atípico que resulte, me hizo gracia. Cerramos aquella conversación quedando para comer en un restaurante al que vamos cada fin de semana, lo cual me preocupó porque de repente vi que aquella diferencia generacional se había reducido sustancialmente en un cortísimo espacio de tiempo. Otra cosa que me preocupó es que, una noche, viendo una película, encontré a Diane Keaton atractiva. No sólo hace tiempo que mi canon de belleza ha cambiado con respecto a las mujeres, sino que además he introducido una palabra más en mi vocabulario para definir a las mujeres. Esta palabra es INTERESANTE. Y ya el remate para saber que me estoy haciendo viejo es que, por lo visto, las palabras con las que nos definieron nuestros padres en algún momento de nuestras vidas, ya no se usan. El otro día vi un programa que ha mandado al cajón del pasado todos esos adjetivos con que nuestros padres intentaron estimularnos. Ya no existen los gandules, ni los desocupados, ni los vagos, ni los arretrancos, ni los sanacas, ni los huevones, etc. Me hice viejo al darme cuenta de que todas esas palabras con las que me definieron durante años se sustituyeron por una expresión tan absurda como NINI. Esperemos, por lo menos, envejecer dignamente.

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