lunes, 19 de julio de 2010

LOS SUEÑOS

Cuando era pequeño, al igual que todos los compañeros de mi clase, soñaba con ser futbolista. Pero no un futbolista cualquiera. Soñaba que era el mejor futbolista de la historia. Ese que metía goles espectaculares que abrían los noticieros, que jugaba en el mejor equipo del mundo y ese ante quien se rendían Pelé y Maradona. Posteriormente, en el instituto, con el despertar de mis instintos, comencé a cambiar los balones por las curvas de la chica más guapa de mi clase, con quien sólo podía intercambiar alguna que otra palabra, algunos apuntes y casi siempre, los deberes que nunca hacía a sabiendas de que yo se los iba a dejar por si el profesor le preguntaba en medio de la clase. En aquella época, carecíamos de messenger y de teléfonos móviles, por lo que era en mis sueños donde más hablábamos. Así pasé tres años, hasta que cumplí los dieciséis y me regalaron una guitarra. Ahí mis sueños cambiaron. Quizás la fama nocturna de mis sueños me cambió y dejé de soñar con aquella chica para empezar a soñar con la música. Soñaba que llenaba en conciertos los mismos estadios en los que años antes marcaba goles espectaculares y que miles de personas cantaban mis canciones. Ese sueño me duró sólo un año, porque cuando cumplí los diecisiete, me metieron tanto miedo con la selectividad que me pasé un año entero soñando que suspendía aquel carrusel de exámenes y perdía un año lectivo con la consiguiente reprimenda de mi madre. En la época universitaria, concretamente en los primeros dos años, rara vez soñé con algún examen o algún trabajo. Fue época de soñar con chicas (otra vez) y con fiestas universitarias que empezaban los miércoles o los jueves y terminaban los lunes con una cerveza en la cafetería de la facultad. Soñaba una y otra vez con lo mismo. Cuando empecé a trabajar y a madurar (de no hace mucho a esta parte), fue cuando comenzaron mis pesadillas. Empecé a soñar con discusiones en despachos, con declaraciones de hacienda que me salían a pagar y con jornadas laborales interminables. Pero de repente apareció ella y mis sueños cambiaron. Ahora sueño casi todas las noches con ella. Unas veces sueño que cae rendida a mis pies, otras veces sueño que me rechaza e, incluso una noche, soñé que hacíamos el amor en el coche mientras se acercaba una ola gigante en medio de un campo de fútbol. Al día siguiente, nada más levantarme, tuve la intención de mirar en internet para descubrir qué significaba aquel sueño. Pero opté por no hacerlo por temor a que en el blog de alguna persona tan inteligente que sabe lo que significa cada sueño, descubriese que todo aquel batiburrillo significara que estoy enamorado de mi madre o algo por el estilo. Algunos dicen que los sueños no sirven para nada. Otros pensamos que sirven para mucho. Y somos muchos los que preferimos soñar despiertos en algún momento del día y elegir lo que queremos soñar, a esperar que llegue la noche y tener que tragarnos el sueño proveniente de nuestros desatados subconscientes.

0 comentarios: