lunes, 19 de julio de 2010

LA BANDURRIA DE VICENTE

Lo escuché por primera vez en una verbena. Pero no en el escenario, sino pegado a un ventorrillo, mientras se tomaba un refresco con mi padre, que me llamó para que oyese a aquel artista. En cuanto lo oí entonar las primeras notas del éxito que hizo a Pedrito Fernández mundialmente conocido, no supe cómo reaccionar. Al principio me dieron ganas de reírme, porque aquella situación no era normal para un niño de once años. Días más tarde lo volví a ver en otra verbena, donde me cantó otra canción que me hizo rememorar los años en los que pensar en a qué teníamos que jugar era mi principal preocupación. Aquella vez me hizo sonreír, pero tiernamente, porque medio envuelta en aquella locura, afloraban su inocencia y su humildad. Era Vicente, un señor humilde a quien la suerte en la vida no le acompañó desde sus orígenes, pero tampoco le arrebató las ganas de vivir recogiendo y sembrando sonrisas a cada paso que daba. Aún hoy lo sigo viendo deambular por las calles de Tinocas y de Arucas, desayunando en alguna cafetería, sentado en una mesa o en la barra, sin hacer ruido como esos grandes genios de la sonrisa anónima, que han hecho felices a muchas personas en sus devenires por el mundo. Si lo ven por ahí, antes de juzgarlo, párense a conocerlo. Les garantizo que después de pasar mucho tiempo, les seguirá dibujando una sonrisa tierna. Han pasado más de quince años desde aquella primera experiencia musical y yo lo sigo recordando así.

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